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Desde el pasado latente

Posidonia

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Un grupo de buzos científicos que se encontraban investigando algas marinas en los alrededores de la Isla de Formentera, cerca de Ibiza, documentaron el mayor y más viejo ser vivo que se haya descubierto jamás. Se trata de un alga del tipo posidonia oceánica que mide ocho kilómetros de longitud. Teniendo en cuenta que esta planta tiene un ritmo de crecimiento de apenas dos centímetros al año los científicos estiman que el brote original apareció hace unos 100.000 años.

Si bien se trata de una zona muy conocida por los buceadores locales, la enorme alga había pasado desapercibida porque se encuentra repartida por el fondo del mar aflorando entre millares de otros congéneres. Se requirió entonces utilizar el método de marcadores genéticos que permitió demostrar el mismo ADN en uno y otro extremo del inmenso vegetal. Se calcula que en el Mediterráneo existen aproximadamente 50.000 kilómetros cuadrados de fondo poblados por esta planta. Estas enormes praderas poseen una gran capacidad para filtrar partículas en suspensión lo que contribuye en forma importante a mantener la transparencia de las aguas.

Se calcula que las praderas submarinas de posidonias del Mediterráneo abarcan alrededor de 50.000 kilómetros cuadrados y absorben alrededor de medio millón de toneladas de dióxido de carbono al año lo que las convierte en los sumideros más importantes de este gas en el mundo entero. Si estas plantas desaparecieran se agravaría en forma importante el problema del calentamiento global porque dejarían de ser un sumidero para convertirse en un generador de dióxido de carbono.

Tal vez el descubrimiento de este inmenso ser vivo nos invite a recapacitar sobre sus cuidados y su importancia radical en nuestra propia supervivencia. Después de todo la gran planta permanece en un fondo de apenas 18 metros de profundidad en el medio de la ruta de navegación más antigua de la humanidad. Ella fue testigo cuando los primeros seres humanos se sumergieron en las aguas del Mediterráneo. Sobre ella surcaron las galeras romanas y las naves de los vikingos. Ella vio pasar la historia de la humanidad desde el principio de nuestro tiempo, impasible, persistente.

Entre sus matas añosas se albergaron y refugiaron cientos de especies de peces ya extinguidos que dejaron paso a nuevos modelos de vida a los que les ofreció un refugio seguro. Vio el mar cambiar y a la vida renovarse en cada una de las 400.000 mareas que resistió. Sobrevivió a tormentas, tempestades y a las anclas, cada vez más grandes, que amenazaban romperla.

Su tenacidad nunca desistió creciendo hasta nuestros días, manteniendo limpias las aguas del Mediterráneo, purificando el aire del planeta. Luchando contra todo, incluso contra la humanidad a la que protege, y que se empeña en ensuciar su única guarida. Hija del tiempo, madre del fondo, nodriza de sus sensibles habitantes. Creciendo implacablemente hasta nuestros días con el tesón de un viejo que no se rinde, con la fortaleza de un gigante que no se entrega a la muerte.

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»