Quizás por haber nacido huérfana de continentes, escasa de alturas o demasiado pobre en recursos naturales, es que cuesta ubicar en un mapa la solitaria Isla de Tuvalu. Un punto negro insignificante a mitad de camino entre Hawai y Australia señala los apenas 26 kilómetros cuadrados habitados por tan solo 12.000 almas. Sólo hay ocho médicos en todo este país en el que jamás se escribió un libro. Un punto negro, demasiado solitario, en el mapa que señala una isla que emerge sólo 5 metros sobre el nivel del mar.
Tuvalu nació pobre y olvidada en el medio del Pacífico Sur. Su nombre apenas ganó cierta resonancia en el 2004 cuando llamó la atención que un país tan pobre abonara un cánon elevado y enviara a un representante a la Comisión Ballenera Internacional para que vote a favor de la caza de ballenas realizada por Japón. Todos sospecharon entonces que el cánon y el viaje fueron pagadas por las pesqueras japonesas a cambio de pequeños favores y en un intento por obtener la mayoría en una penosa elección, después de todo, Tuvalu es un país. Un país que está siendo evacuado ante la irremediable invasión del mar.
Mientras tanto, todos los gobernantes del mundo se reúnen para tratar el teórico calentamiento global. Una teoría inquietante que indicaría que, ante el cambio de clima los hielos polares se derretirán aumentando el volúmen de agua de los océanos que invadirán las tierras costeras. Evitarlo significa invertir demasiado dinero y ¿qué gobernante del mundo estaría de acuerdo en gastar tanto dinero en algo que tal vez, va a pasar muchos años después de que su propio mandato termine o incluso, de que su propia vida termine?. Piensan que es un problema a futuro y que la gente del futuro lo arreglará a su debido tiempo.
Pero en Tuvalu el calentamiento global aprobó su examen práctico: las aguas invaden la isla a paso acelerado demostrando que el futuro es hoy. Poniendo de manifiesto que lo que antes ocurría en una era geológica hoy ocurre en el término de una vida humana. Tuvalu es el primero de la lista, el más notorio. Le seguirán otros, muchos kilómetros de costa irán desapareciendo si el proceso no se detiene a tiempo. Tuvalu es el aviso, el ejemplo, la demostración de lo que viene. Sin embargo Tuvalu permanece anónimo y desconocido. La prensa del mundo entero parece ignorarlo, después de todo el Apocalipsis carece de popularidad.
Tuvalu pronto será un nombre sonando en el vacío del viento, susurrado como en secreto, como algo que nunca pasó. La historia lo recordará como el primer país en desaparecer pero no el único. Mientras tanto la humanidad mira para otro lado; prefieren no darse cuenta de que las predicciones científicas se hicieron realidad y que la aterradora teoría ya está demostrada. Todos los gobernantes del mundo prefieren ignorar, todos salvo uno, el gobernante de Tuvalu que, sentado sobre una solitaria piedra de lo que fuera una playa, solloza y se da cuenta de que ya no hay un país que gobernar.
«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»