Abrumado por el
cambio
climático y el recalentamiento
global, con sus chimeneas que
se empecinan en seguir humeando, el
mundo aprendió a valorar la
importancia de los bosques en el delicado
equilibrio ambiental. Ya no son considerados
sólo hermosos paisajes, refugios
de biodiversidad o fuentes de madera.
Sus procesos de fotosíntesis
los convierten en poderosas máquinas
de absorción y fijación
de las emanaciones de dióxido
de carbono industriales responsables,
al menos en parte, de las alteraciones
del clima. Y su valor crece en función
de esta capacidad de limpieza atmosférica.
A pesar de la gran superficie perdida
en su cubierta boscosa, la Argentina
está a tiempo de salvar lo
que le queda. Y también de
fomentar la industria maderera a través
del incentivo a la plantación
de árboles. Hay dos herramientas:
el Inventario Forestal Argentino -casi
concluido- y la Ley Forestal, que
entró a funcionar el año
pasado.
Árboles
en peligro
A principios de
siglo los bosques naturales cubrían
un tercio del territorio argentino.
Eran más de cien millones de
hectáreas (la suma de las superficies
de Francia y España) bajo la
sombra protectora de los árboles,
compuestas por distintos ecosistemas,
desde la exuberancia tropical de las
yungas a la seca austeridad del cardenal.
Hoy sólo queda la tercera parte,
cerca de treinta y cinco millones
de hectáreas: durante los últimos
dos siglos muchos de aquellos árboles
cayeron bajo el hacha y la motosierra,
barridos por los incendios y la necesidad
de tierras para actividades agropecuarias.
A este ritmo de destrucción,
nos quedaríamos prácticamente
sin bosques dentro de un siglo. Por
eso resulta obvia la necesidad de
proteger los que permanecen en pie.
Para hacerlo bien y, de paso, aprovechar
sus recursos de una manera sustentable
y responsable, hace falta saber qué
tenemos. Tal es la idea del Primer
Inventario Nacional de Bosques Nativos
que realiza la Secretaría de
Desarrollo Sustentable y Política
Ambiental, un catálogo de nuestra
riqueza forestal nativa, con mapas,
que incluye listado de especies, densidad
de la cubierta y tamaño de
los ejemplares.
"Si bien la compilación
de datos provenientes de la cartografía,
imágenes satelitales y estudios
de campo estaría terminada
para fin de año, ya podemos
decir que casi todos nuestros bosques
están explotados o sobreexplotados
-comenta el ingeniero Jorge Menéndez,
director de Recursos Forestales Nativos
de esa Secretaría-. En algunos
casos hay que hablar de bosques secundarios,
los que quedaron después de
una explotación intensiva y
selectiva, que extrajo los mejores
ejemplares."
Terminado el inventario, servirá
para establecer políticas forestales
y estrategias de conservación,
determinar qué zonas proteger,
cómo utilizar mejor el presupuesto,
en qué puntos se puede plantear
un uso sustentable. "Nuestra
base de datos intercambiará
información con los nodos correspondientes
a cada una de las seis regiones forestales
argentinas: selva misionera, yungas
o selva tucumano-boliviana, monte,
espinal, parque chaqueño y
bosque andino-patagónico",
apunta el ingeniero Menéndez.
Más que
el Amazonas
Los datos preliminares
sirvieron para establecer un punto
de extinción de cada región,
lo que da una idea de cuántos
años faltan para que se borren
del mapa si sigue el ritmo de destrucción
del siglo XX. Así, la selva
misionera podría desaparecer
dentro de 20 años y las yungas,
dentro de 70. La prioridad para la
conservación es encabezada,
con alarma roja, por el parque chaqueño,
las yungas y la selva misionera.
¿Por qué priorizar el
parque chaqueño, algo así
como la cenicienta de los sistemas
forestales? Contesta Menéndez:
"La región está
en emergencia social, ambiental y
económica, y es la principal
expulsadora de población hacía
los centros urbanos. Está formada
por varias provincias, pero aporta
poco más de 3% del PBI nacional:
los proyectos de conservación
y desarrollo sustentable podrían
cambiar esta situación."
El parque chaqueño, destruido
en la Argentina por la tala, la ganadería
extensiva y el corrimiento de la frontera
agropecuaria, es un enorme ecosistema
que ocupa tres países (el nuestro,
Bolivia y Paraguay).Y los estudios
demuestran que su participación
en la absorción de dióxido
de carbono es mayor que la de la Amazonia,
por los gigantescos incendios forestales
que ocurren allí y que devuelven
los gases a la atmósfera. "Por
eso la Secretaría desarrolla
el proyecto del Gran Chaco Americano,
junto con los gobiernos paraguayo
y boliviano, para revalorizar la región,
de gran importancia ecológica",
dice Menéndez.
Además, los bosques nativos
son recursos del ecoturismo y, en
menor medida, de la industria maderera.
Esto último espanta a numerosos
grupos ambientalistas. Es un tema
de eterna discusión. Mientras
para algunos expertos se puede extraer
un cierto número de ejemplares
sin dañar el bosque, otros
sostienen que no deben ser tocados.
"Sería muy bueno conservar
los bosques intactos, pero yo me pregunto
quién se va a hacer cargo de
la gente que vive allí, que
depende de ellos para cubrir sus necesidades
básicas", comenta Menéndez.
Lucas Chiappe, del Proyecto Lemú,
organización que integra el
proyecto internacional Gondwana, que
impulsa la creación de un santuario
para los bosques australes del planeta,
apunta: "Con cien años
de explotación en los bosques
andino-patagónicos el resultado
es que los pobladores están
más pobres, con menor calidad
de vida, y el ecosistema perdió
una enorme riqueza biológica.
No conozco ningún ejemplo de
un bosque 'manejado sustentablemente'
en la Argentina, que se encuentre
en mejor estado que antes. No digo
que teóricamente no se pueda
manejar con sentido común un
bosque, pero los resultados históricos
son un verdadero desastre forestal,
social, económico y ecológico,
tanto nacional como internacional".
En las últimas décadas
hay varios ejemplos de bosques arrasados
para ser convertidos en leña.
En la actualidad, una de las principales
preocupaciones de los grupos ambientalistas
se centra en la explotación
del bosque de lenga fueguino que realizaría
la empresa Trillium. Las actividades
están casi suspendidas. Según
las autoridades, la explotación
no sería dañina. "El
problema es la falta de control provincial
-señala el ingeniero Menéndez-.
Resulta fundamental el seguimiento
de la gestión para asegurar
que la explotación se hace
según lo acordado."
Para crecer
El mundo necesita
madera, ya sea para construcciones,
muebles o para saciar su increíble
hambre de papel. ¿De dónde
extraer tanta materia prima sin talar
los bosques? Básicamente, plantando
árboles en lugares donde no
los había: se habla de bosques
de implantación o de forestación.
"Nuestro país importa
más de 1.500 millones de dólares
anuales de productos forestoindustriales,
equivalente a cuatro veces la exportación
de carnes, y sólo exporta 500
millones -explica el ingeniero José
Crotto, asesor de política
forestal de la Secretaría de
Agricultura, Ganadería, Pesca
y Alimentación-. A pesar de
tener condiciones maravillosas hemos
regalado mercados y perdido pie en
el desarrollo forestal: 90% de esos
1.500 millones podrían producirse
con trabajo argentino, generando riqueza
en el país, no sólo
por la producción de materia
prima sino por el valor agregado."
La Argentina cuenta con más
de un millón de hectáreas
de forestación (la mitad de
la superficie de Tucumán),
que representa un área más
de treinta veces menor que la ocupada
por los bosques nativos. Esta superficie
podrá aumentar gracias a los
diez años (de 2000 a 2009)
de beneficios para la actividad que
propone la Ley Forestal 25.080. El
principal consiste en un aporte económico
para las plantaciones de árboles
de hasta 700 hectáreas. Ya
se ha logrado llevar la implantación
de 26.000 hectáreas en 1996
a 100.000 en 2000.
La actividad es de largo plazo: se
plantan árboles para cosechar
madera dentro de 10, 15 o 20 años.
Se proyecta que el desarrollo de las
plantaciones implique un gran impacto
(se espera duplicar para 2010 la actual
participación de 2% en el PBI)
y que resulte una fuente de empleo
y afincamiento en diferentes lugares.
Además los árboles plantados
también funcionan como fijadores
del dióxido de carbono emitido
por las industrias, lo que puede implicar
rédito económico (ver
recuadro).
Según Crotto, casi todo el
país tiene condiciones para
la actividad forestal. La Patagonia
andina y la Mesopotamia son las áreas
más desarrolladas. "Un
grupo español tiene un proyecto
para plantar en Córdoba especies
de calidad, como robles, nogal negro
y cerezos, y también se planean
desarrollos en la provincia de Buenos
Aires -apunta Crotto-. Se pueden realizar
plantaciones del valiosísimo
cedro australiano, que crece en un
clima muy cálido. Y ni que
hablar de la zona de riego de Mendoza,
San Juan y el valle del Río
Negro."
En la Argentina se plantan básicamente
cuatro especies: pino, álamo,
eucalipto y sauce. Pero se pretende
estimular la producción de
maderas de mejor calidad y precio
internacional. "Cualquiera vende
madera para cajones. Lo difícil
es producir esos árboles enormes
que se sacaban de los bosques nativos,
que hoy no se pueden tocar: ésa
es la madera que falta en el mundo,
la que más se cotiza -señala
Crotto-. Podemos producir ejemplares
de 60 centímetros de diámetro
y buen porte, en sólo 20 años,
mientras que en otros países,
como Chile y Nueva Zelanda, tardarían
30 o 40 años."
Otro tema importante en los mercados
internacionales es la certificación
de maderas por parte de consultoras
que garanticen que fueron obtenidas
de manera sustentable, sin dañar
al bosque ni al ambiente.
¿Nativos
versus implantados?
La mayor preocupación
entre los ambientalistas es que los
incentivos impulsen un reemplazo del
bosque nativo por forestaciones artificiales.
"La ley forestal no es para eso,
sino para plantar en tierras no recuperables,
con la autorización provincial
correspondiente y la aprobación
de los expertos luego de un estudio
de impacto ambiental -señala
Crotto-. Mientras más árboles
plantemos, menor será la presión
para explotar el bosque nativo."
Menéndez coincide: "La
estrategia debe ser integradora".
Durante los últimos tiempos,
los expertos de todo el mundo discuten
sobre la mejor manera de fijar el
dióxido de carbono: algunos
sostienen que los bosques maduros
son los mejores, otros estiman que
las plantaciones absorben el carbono
con gran velocidad debido a su rápido
crecimiento. Lo cierto es que el mundo
necesita de los dos sistemas para
controlar las crecientes emisiones.
Los bosques nativos representan una
estrategia en el largo plazo, ya que
esas maderas permanecerán sobre
la tierra más tiempo que las
de las plantaciones, destinadas a
la tala. "Un algarrobo es un
verdadero barril de carbono",
comenta Menéndez.
El final de esta historia es moderadamente
optimista. Cualquiera sea el negocio
relacionado con los bosques -industria
maderera, mercado de emisiones o ecoturismo-,
está claro que la presión
internacional empuja hacia la protección
de esos ecosistemas. Y la conciencia
de protección ambiental está
creciendo en todo el mundo.
Sin embargo hay señales de
alarma. Desde que surgió la
agricultura, la humanidad ha borrado
60% del bosque original y hoy desaparecen
14 millones de hectáreas de
cubierta boscosa nativa al año
(otros suben la cifra a 25 millones).
La experiencia aconseja mantener la
vigilancia: el bosque, y su infinita
generosidad, se lo merecen.
El negocio de
forestar
En Neuquén,
alrededor de dos mil hectáreas
de árboles están absorbiendo
dióxido de carbono. Plantadas
por CORFONE (Corporación Forestal
Neuquina S.A., empresa de capitales
principalmente estatales), son el
resultado de un convenio con empresas
alemanas, que pagan unos 200 dólares
por hectárea para que se mantenga
este bosque artificial durante cuarenta
años. Es uno de los tantos
convenios en el mundo dentro del marco
del comercio internacional de emisiones,
para aplacar el efecto invernadero.
La temperatura del planeta viene subiendo
durante las últimas décadas
debido a la acumulación atmosférica
de dióxido de carbón
(entre otros gases), que atrapa el
calor que libera el planeta y genera
el denominado "efecto invernadero".
Los resultados serían catastróficos:
hielos que se derriten, inundaciones-sequías,
alteración de las costas.
La solución más lógica
consiste en reducir la emisiones de
dióxido de carbono, proveniente
de la quema de combustibles. De eso
se trata el protocolo de Kyoto (1997).
Estados Unidos, el mayor involucrado,
fue el único que se negó
a firmar: asegura que no pueden cumplir
con la metas de reducción prometidas.
El otro camino para hacer desaparecer
e dióxido de carbono es absorberlo.
Todos lo vegetales lo absorben y,
fotosíntesis mediante, lo convierten
en materia viva. Por eso los bosques
son gigantescas "esponjas"
que secuestran el exceso de carbono
y lo fijan en la tierra. Eso ha generado
un sistema internacional de comercio
de secuestro de carbono: las empresas
que producen dióxido en un
país cuya legislación
les impone un límite compran
"bonos de captura o secuestro
de carbono" para mantener un
bosque en otro punto del globo (que
teóricamente estaría
absorbiéndolo), para compensar
su exceso de emisión. Así,
la cubierta boscosa de una nación
resulta un recurso económico
nada despreciable. "Además
de la venta de estos bonos, tenemos
15.000 hectáreas forestadas
y firmamos convenios con YPF-Repsol
y San Jorge-Chevron para forestar
1.000 hectáreas anuales durante
5 años -señala el ingeniero
Gustavo Schiosman, vicepresidente
de CORFONE S.A.-. las petroleras lo
realizan como una contribución
al secuestro de carbono. Nuestra intención
es que consideren la forestación
como un negocio más."
"La Argentina podría duplicar
su superficie forestada a través
de la venta de bonos de secuestro
de carbono; estamos en conversaciones
con el Banco Mundial sobre este tema",
señala el ingeniero José
Crotto. "Estamos en condiciones
de aprovechar esa situación,
tanto con los bosques nativos como
con los implantados", concluye
el ingeniero Jorge Menéndez,
director de Recursos Forestales Nativos.
El arte de cooperar
La Ley Forestal
permite que pequeños productores
se asocien en cooperativas para trabajar
y vender mejor su producción.
Se hizo con éxito en Misiones
y Neuquén. Estos emprendimientos
evitan que la producción quede
en manos de unas pocas empresas -señala
José Crotto, asesor de la Secretaría
de Agricultura, Ganadería,
Pesca y Alimentación-. los
municipios pueden participar en este
sistema. En países como Francia,
las intendencias manejan los recursos
forestales del país. También
se podría hacer en la Argentina
y con los planes Trabajar.
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infografía
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