Si finalmente
se lleva a cabo una nueva guerra
en el Golfo Pérsico los
daños no se acabarán
una vez finalizadas las operaciones
bélicas. Para los seres
humanos y la naturaleza los
perjuicios perdurarán
hasta mucho tiempo después
de que se restablezca la paz.
El medio ambiente será
una víctima inocente
más. ¿Hemos olvidado
la imagen de los más
de 600 pozos de petróleo
kuwaitíes en llamas en
la guerra de 1991?.
En todo conflicto
el medio ambiente resulta gravemente
perjudicado. En Mesopotamia
hace más de 5.000 años
se demolían diques para
inundar poblaciones enemigas.
Cientos de especies de plantas
y animales eran arrastradas
por la corriente. Más
recientemente, en la guerra
de Vietnam, Estados Unidos roció
con millones de litros de Agente
Naranja los bosques y manglares
de forma deliberada. Una quinta
parte de los bosques de Vietnam
del Sur fue destruida químicamente
y más de un tercio de
los manglares desapareció.
Las razones para semejante atrocidad
fueron exclusivamente militares.
Treinta años después
unos pocos matorrales suponen
la única vegetación
de esta zona antaño tan
rica.
En la primera
Guerra del Golfo el desierto,
símbolo de naturaleza
pura, fue gravemente dañado.
Se estima en 10 millones de
metros cúbicos la cantidad
de petróleo que fue derramada
sobre él. Más
de 300 lagos de carburante cubrían
50 kilómetros cuadrados
de arena virgen. Aún
se pueden encontrar capas de
petróleo viscoso a no
mucha profundidad. Supuso el
mayor vertido de carburante
en la historia, por encima de
cualquier accidente de un petrolero.
Los búnquers,
los escondrijos de armas, las
trincheras y demás perforaciones
en el desierto rompieron los
diques que contenían
las dunas. La maquinaria pesada
como tanques y camiones horadaron
suelos frágiles y destruyeron
la vegetación. Según
el Instituto de Investigación
Científica de Kuwait,
"más de 900 kilómetros
cuadrados de desierto fueron
dañados por vehículos
militares y movimientos de terreno,
como consecuencia de lo cual
avanzaron las dunas".
La contaminación
afectó a las costas de
Kuwait y Arabia Saudí
donde se tuvo que poner fin
a toda actividad pesquera. En
los últimos estudios
realizados la gamba parece haberse
recuperado, pero la población
de tortugas de las islas del
Golfo jamás volverá
a su nivel anterior.
Cuando se quemaron los primeros
pozos de petróleo, en
el seno de la comunidad científica
cundió el pánico.
No se sabía cómo
iba a repercutir tal cantidad
de humo en las capas superiores
de la atmósfera, si afectaría
al cambio climático o
se producirían fenómenos
climáticos como el monzón.
La temperatura subió
varios grados y aún no
ha recuperado los niveles anteriores
a la guerra. Se ignora si en
algún momento lo hará.
Todo esto puede
volver a ocurrir. Se dice que
la guerra será más
cruenta que la primera, por
lo que podemos pensar que el
daño ecológico
aumentará. Volverá
a llover hollín durante
días sobre Bagdad. El
sol no se verá en una
semana por el humo procedente
de los pozos petrolíferos
en llamas. Y si realmente el
gobierno de Sadam Husein tuviera
armas de destrucción
masiva como argumentan George
Bush y Colin Powell o componentes
químicos como ántrax,
¿no sería una
locura bombardear? ¿El
supuesto gas mostaza irakí
no saldría a la superficie
y contaminaría cientos
de kilómetros a la redonda,
afectando incluso a los soldados
estadounidenses? ¿Se
considerarían también
"daños colaterales"?
Al margen de
que un conflicto armado nunca
puede ser considerado una solución
ante un problema internacional,
es evidente considerar a la
población iraquí
el primer argumento para posicionarse
en contra de la guerra que quiere
iniciar George Bush, no Estados
Unidos. Resulta comprensible
enfrentarse a su actitud imperialista
de expansión en aras
de la conquista del petróleo.
Unido a todo esto, la defensa
del medio ambiente. Tenemos
que considerarlo una razón
más, secundaria si la
comparamos con las otras, para
evitar esta "guerra preventiva",
ilógica y absurda.
Christian Sellés
Periodista
Agencia de Información
Solidaria
chselpe@yahoo.es
|