Cada vez mas gente
cria moluscos para comer y hasta para
exportar.
Hace medio siglo,
en los bares porteños, los
parroquianos solían acompañar
el vermut con un platito de caracoles.
Los moluscos no provenían del
mar, como los que se consumen en la
costa, sino de los jardines y las
quintas de la ciudad. Aquella costumbre,
traída por los inmigrantes
europeos, se fue perdiendo con los
años. Pero en cualquier momento
puede retornar: centenares de personas
se han volcado a la crianza de caracoles,
la mayoría con la esperanza
de exportarlos a Europa, con el aliciente
de la nueva paridad cambiaria; otros,
con la idea del autoconsumo o la venta
en el mercado interno.
Luca Filiziu tiene
82 años y es uno de los inmigrantes
italianos que a mediados de siglo
pasado trajo al país esa costumbre
gastronómica que para los nativos
resultaba extraña. Ahora a
vuelto a despuntar el vicio: a falta
de quinta, cría caracoles en
el balcón de su departamento,
en el barrio de Constitución.
En la Argentina tenemos que
buscar los platos con nuestro propio
estilo, dice, mientras saca
del horno una fuente con brochettes
de caracoles envueltos en panceta
y otra con lumaches (como se denominan
en italiano) en salsa picante.
Filiziu integra
la Asociación de Helicicultores,
que a menos de un año de su
conformación ya reúne
a 300 criadores en todo el país.
Tanto entusiasmo por los caracoles
nació, en parte, en un dato
de la realidad: sólo en España,
Italia y Francia se consumen 100.000
toneladas anuales de estos moluscos,
y de esa cantidad una buena parte
se importa desde el exterior, a valores
estimulantes que rondan los 3 dólares
el kilo, en promedio. A partir
de ese dato apareció gente
que quiso lucrar dictando cursos de
crianza, advierte el ingeniero
Marcelo García, del Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA). Son inescrupulosos que
le hacen creer a la gente que puede
criar en el fondo de la casa o en
el balcón, cobran los cursos
y después se desentienden de
la suerte de los productores,
agrega Manlio Manassero, también
italiano, de 82 años, presidente
de la asociación.
En rigor, los caracoles
pueden crecer en balcones o invernáculos
montados en el jardín. Pero
hay que saber que en esos casos no
será una explotación
económica sino para autoconsumo,
explica el ingeniero García.
En materia de caracoles, hay dos tipos
de explotación: la extensiva
(al estilo italiano), al aire libre,
en un campo de verduras que servirán
de alimento; o la intensiva (que prevalece
en Francia), en invernáculos
cerrados, instalados en espacios menores
pero con mayor costo de instalación
de equipos para mantener la humedad
y la temperatura constantes.
Según los
cálculos de García,
para que una explotación sea
rentable esto es que tenga un
rendimiento mínimo de 1500
pesos mensuales sería
necesaria una superficie no menor
a una hectárea para la extensiva
y de 800 metros cuadrados para la
intensiva. Después de
la devaluación, estos valores
se achicaron estima el especialista
a media hectárea y 400 metros
cuadrados.
Es que, como toda
producción agropecuaria, la
coyuntura favorece la producción
de estos codiciados moluscos: La
materia prima se paga en pesos, pero
los ingresos se cotizan en dólares
o euros, dice la bióloga
Viviana Wilches, docente en la Facultad
de Agronomía y Veterinaria
de la UBA. Y dentro de la producción
del campo, los caracoles aventajan
al mismísimo ganado vacuno:
En una hectárea de campo,
puede crecer sólo un ternero,
que tarda tres años en convertirse
en novillo de 300 kilos, apto para
la venta. Mientras que la misma superficie
puede rendir anualmente de 15 a 20
toneladas de caracoles, cuyo precio
en el mercado local, además,
es un 25 por ciento superior al del
ganado en pie, detalla Wilches.
La revista Chacra
daba cuenta, en febrero de 1933, que
era raro encontrar un hotel o restaurante
de la Capital Federal que no tuviera
en su menú un plato con caracoles.
Veinte años después,
otra crónica de la misma revista
advertía que el consumo había
caído de un record de
40.000 kilos en 1947 a 4000 kilos
en 1952. Entre otras causas,
la captura excesiva de estos animalitos
derivó en su virtual exterminio.
Algo parecido podría
suceder en la actualidad. En la Argentina,
una sola empresa se dedica al acopio
y exportación de caracoles.
Es la firma Ecotrade, instalada en
la ciudad de Quequén, sobre
la costa bonaerense, que acopia los
denominados caracoles de las dunas
(la especie otala lactea), diferente
de los hallados en la zona pampeana,
el helix aspersa o caracol de tierra.
Como no tienen criaderos sino
que compran caracoles recolectados,
pueden producirse estragos en esa
especie, advierten en la Asociación.
En un año,
la Asociación de Helicicultores
logró que el Senasa aprobara
las normas comerciales que crean las
condiciones para exportar. Y el proyecto
de ley de promoción de la actividad
está a punto de tener media
sanción del Senado.
La Asociación
no va intervenir en la comercialización
explica el ingeniero García,
que cumple la función de asesor
de la entidad. Estamos organizando
a los productores por delegaciones
comunales o provinciales, según
la cantidad, para que ellos instalen
una planta de acondicionamiento por
cada delegación.
Esas plantas les
permitirán a los productores
eludir a los acopiadores, que suelen
quedarse con la parte del león.
La idea es exportar los caracoles
vivos, a granel: a una temperatura
de 7 grados, los animales se mantienen
en letargo.
La exportación
no es la única meta para los
productores. Viviana Wilches, que
dicta cursos en Agronomía,
también impulsa una experiencia
comunitaria en Tandil, provincia de
Buenos Aires, junto a la iglesia local.
Es un criadero escuela de 400
metros cuadrados, para que las familias
rurales de escasos recursos aprendan
a criar para autoconsumo, explica
la impulsora del proyecto.
En su departamento
de Constitución, Luca Filiziu
abre una botella de cabernet sauvignon,
ideal para acompañar las brochettes
recién salidas del horno. Han
sido cosechados de su balcón,
que cada primavera produce unos 100
ejemplares para su consumo. No es
demasiado, pero sí suficiente
para darse el gusto de consumir algo
que no se consigue en el mercado.
Filiziu es una suerte de militante
de la helicicultura: Mi hija,
que los comía cuando era chica,
ahora no los quiere ni ver, dice que
cómo vamos a comer una plaga.
Yo quiero demostrarle ahora que no
soy un chanta.
Los secretos
de la cría
La vida sexual de
los caracoles nunca será motivo
para un best seller. Pero su conocimiento
resulta esencial para quien pretende
vivir de la crianza de estos moluscos.
Hermafrodita atípico, el caracol
no es macho ni hembra peso sí
necesita de un compañero/a
para acoplarse y generar descendencia.
La cópula resulta un acto bastante
discreto: ambos se unen por el cuello,
mediante unos tubitos por los que
intercambian el material reproductivo.
Animal paciente como pocos, así
como se lo ve, el caracol no le pone
límite a ese momento de placer:
la cópula puede durar más
de 10 horas.
Cada individuo pone
de 70 a 140 huevos, de los cuales
será útil apenas un
puñado. Los entierran en un
hoyo, donde permanecen de 15 a 20
días, hasta que nacen los pequeños
caracolitos. Suelen tener dos reproducciones
al año: una en primavera, la
otra en otoño. El período
de crecimiento varía según
el método de crianza: en el
extensivo, lleva de uno a dos años;
en el intensivo, de seis a siete meses.
La temperatura ideal
en que se desarrollan es de 18 a 25
grados, con una humedad del 70 al
90 por ciento, condiciones que sólo
se logran en un invernáculo,
con paredes de plástico, techo
de media sombra y un generador de
vapor. Sobreviven, de todas maneras,
si están en una quinta al aire
libre, siempre que se los proteja
con una red (para que no se escapen)
y un tabique de chapa, para que no
los coman las ratas. Allí se
alimentan con productos de huerta:
acelga, achicoria, espinaca. Comida
que en otras circunstancias podría
valerle una drástica condena
al exterminio.
Receta a la Bourguignonne
Viviana Wilches
aporta la receta de caracoles a la
Bourguignonne: lavarlos y sumergirlos
en agua fría; ponerlos 15 minutos
en ebullición lenta y enjuagarlos
en agua caliente. Sacar el bichito
de la caparazón con un palillo
de brochette, eliminar la parte más
oscura y escurrir. Aparte, preparar
manteca de caracol con 200 gramos
de manteca, una cucharada de perejil
picado, 2 dientes de ajo picados,
1 zanahoria mediana picada, sal, pimienta
y tres gotas de limón. Se mezcla
todo a fuego lento hasta hacer una
pasta homogénea. Mientras,
las caparazones reposan 15 minutos
en agua con vinagre y sal. Luego se
enjuagan y se les coloca dentro un
poco de manteca de caracol. Volver
el bichito a su lugar de origen, y
completar el hueco con la preparación.
Se colocan boca arriba
en una fuente de horno, sobre una
superficie de sal gruesa. Y se los
gratina antes de servir.
25 de agosto de 2002
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