Pese a los pronunciamientos
reiterados de las comunidades del
norte del Tolima y del oriente de
Caldas contra la iniciativa oficial
de hacer "llover glifosato"
en la zona cafetera del país,
tanto Alvaro Uribe Vélez como
su ministro del Interior, Fernando
Londoño Hoyos, en el "Consejo
Comunitario" realizado el pasado
sábado 17 de mayo en Manizales,
se ratificaron en su decisión
de "putumayizar" a las zonas
de producción de café
de Colombia.
De nada valieron los pedidos de los
alcaldes de los municipios afectados
por esta triste circunstancia que
no tiene más explicaciones
principales que la combinación
de todos los factores de crisis que
vive el país y la industria
del café con él y cuyos
primeros responsables, en último
término, antes que perjudicarse
por el arbitrario procedimiento, al
parecer inapelable, se beneficiarán
de los desenlaces que de él
se ocasionen.
Y, desde luego, es la embajadora
Anne Patterson quien ejerce las mayores
presiones para que la orden imperial,
porque al fin y al cabo todo se reduce
a eso, se ejecute sin chistar. En
una declaración de esa funcionaria,
a raíz del fallo de la Corte
Constitucional sobre las fumigaciones
con el herbicida en las zonas indígenas,
señala que apenas el trece
por ciento del glifosato que se usa
en Colombia se destina a la llamada
"lucha antidrogas". No es
verosímil que la embajadora
desconozca que los métodos
de aspersión y los niveles
de concentración del tóxico
se tornan definitivos en las repercusiones
que puedan tener las distintas formas
de uso. No es lo mismo la aplicación
foliar en una planta que un agricultor
hace del veneno en su forma genérica
o en la fórmula comercial en
una concentración de un litro
por hectárea con boquillas
de baja descarga y con cortinas para
impedir que la deriva lo lleve a otras
plantas, incluso a los arvenses, aguas
o a las personas que la aspersión
del tóxico por vía aérea
con concentraciones de diez litros
por hectárea. Ni siquiera se
asemeja a la práctica de los
ingenios azucareros, bastante controvertida,
con concentraciones de 1,5 litros
por hectárea, en el máximo
permitido por las autoridades sanitarias.
No es extraño que la señora
Patterson recurra a este tipo de falacias;
he ahí el estilo más
utilizado por su gobierno cuando trata
de imponer sus intereses, como el
cuento de las "armas de destrucción
masiva" en Irak, el que sólo
creyeron los habitantes más
cretinos del planeta. Y aunque los
defensores de esa estrategia de fumigación,
como la embajadora, sostienen que
no amenaza la salud pública,
un estudio realizado en 1993 por la
propia Agencia de Protección
Ambiental de Estados Unidos sobre
el glifosato reveló que en
California ese herbicida figura en
tercer lugar entre las 25 causas de
intoxicaciones por plaguicidas.
Este es un hecho tan conocido en
la comunidad internacional, y esto
lo omite la embajadora astutamente,
que "en este momento Colombia
es el único país que
permite el rociado aéreo de
la coca y la adormidera", así
lo afirma una traducción extraoficial
de la sección de Desarrollo
de Políticas y Programas del
Informe anual sobre Estrategia Internacional
de Control de Narcóticos (INCSR
2003) emitido por el Departamento
de Estado de Estados Unidos en marzo
de 2003. No es raro, también
fue el único país que
respaldó el robo del petróleo
del Medio Oriente.
Pero no sólo está en
eso la "doble moral" norteamericana.
En el Mecanismo de Evaluación
Multilateral sobre Estados Unidos
de la Comisión Interamericana
para el Control de Abuso de Drogas
de la OEA para 1999-2000 se dice que
en ese país "existen cultivos
de marihuana al aire libre y bajo
techo pero no se ha estimado la magnitud
de los mismos". De tal modo que
el Tío Sam sabe cuántas
hectáreas de coca y amapola
hay en Colombia pero no de marihuana
en su territorio. Con razón
algunas publicaciones señalan
a la década de Bush-padre como
la del auge de ese cultivo allí,
al pasar en 1980 de unos cientos de
toneladas a más de 6.000 anuales
en 1990. Ya en 1987 valía más
que las cosechas de soya, maíz,
trigo y heno juntas. Por eso su hijo
George W. Bush respondió en
2000, como candidato presidencial,
al ser interrogado sobre la legalización
de "la hierba" en los Estados
de la Unión: "a cada Estado
le toca decidir". Algo que apenas
Jimmy Carter había osado decir.
Los hechos aquí expuestos
deben motivar a la comunidad del Eje
Cafetero para no dejarse imponer esta
afrenta de ver fumigados sus cafetales
dentro de programas que van a estigmatizar
más a la región, a causar
afectaciones graves en la percepción
de los consumidores del mundo sobre
la calidad del café, a causar
mayor deterioro ambiental, más
desplazamientos y nuevas secuelas
sociales y a subordinar más
a Colombia en las políticas
públicas sin posibilidad de
decidir de manera autónoma
la salida a sus problemas. Mientras
el régimen actual convierte
al país en caso único
de obsecuencia, la sociedad debe levantarse
a construir sus propias soluciones.
¿Dónde están
los voceros regionales? ¿Dónde
las facultades y academias en áreas
ambientales? ¿Dónde
la Federación Nacional de Cafeteros?
Que los gringos se dediquen a resolver
su problema de demanda por el cual
el promedio de iniciación en
la adicción a la marihuana
es de 17 años y, en edades
anteriores de los 12 a los 17, se
da en 64 de cada mil jóvenes.
Tienen una tarea grande, que Colombia
haga la suya de modo soberano y sin
perjuicio de los más débiles.
24 de mayo de 2003
Fuente:
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