Participan científicos
locales y la Agencia de Cooperación
Internacional de Japón. Es
un pez de gran valor comercial y deportivo
y adaptado a las condiciones ecológicas
locales. Se podría producir
con tecnología propia, para
luego exportar.
¿Cuántos
nuevos millonarios tendría
la provincia de Buenos Aires si los
proveedores de pejerrey de Japón
estuvieran en Chascomús o en
General Madariaga y no en la sobrepoblada
isla de Honshu? En el archipiélago
japonés, muy lejos de su Chascomús
natal, este pez esbelto y plateado
mueve una formidable industria de
alimentación sobre la base
de "granjas".
Pero producir pejerreyes
como si fuera arroz no es soplar y
hacer botellas: en el medio hay mucha
biotecnología por desarrollar
y, para eso, acaba de ponerse en marcha
un proyecto de investigación
binacional. Con este emprendimiento,
Japón podría "hacer"
pejerreyes aquí y abaratar
costos drásticamente. Y la
Cuenca del Salado, es decir nuestra
"pampa demasiado húmeda",
una región económicamente
deprimida, podría adquirir
una agroindustria intensiva en mano
de obra y capaz hasta de aprovechar
el cambio climático, porque...
¿Desde cuándo al pejerrey
le hizo mal el exceso de agua?
En este asunto acaban
de involucrarse organismos nacionales,
provinciales y el propio Japón.
Por la nación y el Estado bonaerense
está el Instituto de Investigaciones
Biotecnológicas y el Tecnológico
de Chascomús (IIB-Intech),
una potencia emergente en investigación
aplicada que tiene detrás de
sí al Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas
(Conicet) y a la Universidad de San
Martín (Unsam). Por Buenos
Aires está la Estación
Hidrobiológica de Chascomús.
También participan el Instituto
Nacional de Investigación y
Desarrollo Pesquero (Inidep) y la
Facultad de Agronomía de la
Universidad Nacional de de Buenos
Aires (UBA). Por Neuquén, toma
cartas el Centro de Ecología
Aplicada de esa provincia (CEAN).
Y el puntapié inicial en financiación
lo pone la Agencia Internacional de
Cooperación del Japón
(JICA).
Pejerreyes japonizados
Esta historia empezó
a escribirse a fines de los 60. En
el marco de un convenio bilateral,
el Sr. Tadasi Mituta se llevó
pejerreyes salvajes de la laguna de
Chascomús a Japón. Con
paciencia, los biólogos fueron
seleccionando y reproduciendo a los
individuos genéticamente capaces
de soportar o burlar las dos grandes
causas de letalidad de cualquier pez
salvaje criado en cautiverio: la rápida
propagación de parásitos
y la resistencia a los choques contra
las paredes del recipiente. El éxito
llegó en los 70, cuando los
descendientes de los pejerreyes de
Chascomús ya sabían
vivir a lo japonés. Entonces
empezó el cultivo en masa.
Las perspectivas
son interesantes. "Desde que
la ciencia argentina dejó de
ser simplemente pobre para iniciar
su actual ciclo de indigencia, hacia
fines de los 70, la JICA fue un socio
generoso y hasta un benefactor importante
-dice el doctor Rodolfo Ugalde, presidente
de la Comisión de Investigaciones
Científicas de la provincia
de Buenos Aires, que participa en
el proyecto a través del IIB-Intech-.
Esto es tal vez el principio de una
industria propia. El mercado potencial
para el pejerrey bonaerense es el
mundo."
"Hay cuatro
grandes grupos de tecnologías
por consolidar localmente: la producción
de semillas , el mantenimiento de
lotes de reproductores cautivos, la
siembra y manejo de cultivos, y la
cosecha y procesamiento. Y no se asuste
del vocabulario campero: esto va a
ser una agroindustria, después
de todo", explica el Dr. Gustavo
Somoza, investigador adjunto del Conicet
y docente adjunto de la Unsam.
En el enorme predio
del IIB-Intech, Somoza camina, junto
a todo el equipo de acuicultura, entre
tanques cilíndricos llenos
de raudos pejerreyes, que pese al
espacio avaro, evaden todo choque.
Son los peces "japonizados",
que el experto Yoshioki Shirojo, de
la JICA, trajo aquí para su
"reargentinización".
Pero también se piensa en trabajar
directamente con peces criollos salvajes
y criarlos en las lagunas bonaerenses
y patagónicas.
-Doctor Somoza,
¿por qué el pejerrey?
-Porque es local. Y dado que está
adaptado al ecosistema y éste
a él, lo podemos cultivar con
muy bajo impacto ambiental.
-¿Es su única ventaja?
-No, tiene muchas otras. Se alimenta
de animales casi microscópicos.
Es comida barata, contesta el licenciado
Alberto Espinach Ros, investigador
del Inidep.
"Pero esto
no es echar la red y exportar, sino
producir, y con tecnología
propia", dice, con orgullo, el
doctor Leandro Miranda, profesor adjunto
de la Unsam.
"Primero tenemos que perfeccionar
la captura de reproductores silvestres
y dominar no sólo su vida en
cautiverio, sino la regulación
de su fertilidad. Así, tras
mucha prueba y error, uno llega a
producir semillas, óvulos fecundados",
agrega Espinach Ros.
"Después, hay que sembrarlos
en las lagunas bonaerenses",
dice Miranda.
"Y patagónicas",
intercala el técnico Pablo
Hualde, del CEAN.
"Y hay que marcar químicamente
los peces para ver cómo crecen...
y averiguar cuáles son las
mejores épocas de siembra.
Y experimentar nuevos métodos
de cosecha... Y ver con qué
parámetros físicos y
químicos del agua crecen mejor...
Y desarrollar alimentos balanceados
locales...
Mientras discuten,
se tiene la sensación que habrá
atravesado a aquellos criollos de
1870, cuando vieron surgir los primeros
trigales en una pampa que durante
400 años sólo había
sido del ganado. Entre tanques, cañerías
y gorgoteos de agua, se tiene el pálpito
de estar mirando parte del futuro
de una región que, cada tanto,
se reinventa a sí misma sobre
la base de la tecnología.
13 de marzo de 2002
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