Ciertas entidades
ecologistas buscan impedir la venta
de un reactor nuclear hecho en la
Argentina, que implica un inmenso
logro científico, técnico
y comercial.
Hoy en día, los argentinos
tenemos muy poco de qué enorgullecernos.
Pero resulta que entre manos tenemos
un logro científico-técnico
y comercial de envergadura internacional.
Que sí debe enorgullecernos
y mucho.
En primer lugar, porque el reactor
de investigación que la empresa
Invap le vendió hace dos años
a Australia está considerado
como el más avanzado de su
tipo en el mundo.
Segundo, porque exportar tecnología
de punta en el área nuclear
no es un chiste. Significa que detrás
hay una larga historia de aprendizaje,
esfuerzos y acumulación de
conocimientos, tal como fueron logrados
por los científicos y técnicos
de la Comisión Nacional de
Energía Atómica desde
hace medio siglo.
Y también, porque la empresa
que diseñó y fabrica
el reactor para Australia es una empresa
del Estado. Esto tampoco es chiste
en un país donde generalmente
las empresas estatales han sido ejemplo
de corrupción e ineficiencia.
Pero como todo está bien,
hay que destruirlo. Una coalición
de entidades ecologistas, abanderadas
como era de esperar por la filial
local de Greenpeace, se opone a que
la Argentina siga adelante con la
"venta de tecnología más
grande de la historia argentina",
como la calificó Daniel Santoro
en Clarín del 18 de febrero.
El artificioso argumento ecologista
es que si la Argentina confirma la
venta del reactor de investigación
a Australia (el acuerdo tiene que
ser ratificado por Diputados) existiría
la posibilidad de que, en un futuro
lejano, ese país podría
querer que Invap procesara el combustible
quemado.
En un plato de la balanza, un logro
indiscutible del país. En el
otro, una elucubración que
busca meter miedo en la gente con
el argumento de un inexistente "peligro
radiactivo".
Inexistente porque, primero, habría
que ver si Australia llega a necesitar
el procesamiento del combustible.
Segundo, si Australia quisiera ese
procesamiento, el potencial riesgo
es ínfimo: la tecnología
de traslado de materiales nucleares
es peligrosa sólo en la percepción
distorsionada de las organizaciones
antinucleares.
Miente, miente...
Por supuesto que, con su mejor estilo
goebbelsiano ("miente, miente
que algo quedará", decía
el ministro de propaganda de Hitler),
Greenpeace acude a la vieja muletilla
de la "basura nuclear".
Esa muletilla con la cual hace años
hizo creer a algunos que en Chubut
había sido construido un repositorio
para residuos nucleares, una obra
que ni siquiera se había empezado
(ni todavía se empezó,
ya que por ahora el repositorio es
innecesario).
Greenpeace, que se ganó la
simpatía de la gente defendiendo
a las ballenas, aprovecha ahora esa
buena prensa para ponerle palos en
la rueda a un excelente negocio nacional
de exportación tecnológica.
Todo el tiempo estamos lamentándonos
de nuestra incapacidad para conquistar
mercados externos, inclusive con exportaciones
más tradicionales. Y esta vez
tenemos una oportunidad extraordinaria
de reforzar lo logrado con las anteriores
ventas de reactores al Perú,
Egipto y Argelia. Con la venta a Australia,
la Argentina se consolida como un
respetado jugador en el exclusivo
y competitivo ámbito de la
tecnología nuclear.
Aunque uno no quiera (son tan lindas
las ballenas...), es imposible dejar
de pensar en qué intereses
podrían estar detrás
de la campaña de Greenpeace.
¿No será hora de que,
en estos momentos de sinceramiento,
el Congreso Nacional investigue qué
se mueve allí?
Si Greenpeace lograra frenar la aprobación
de la venta por parte de la Cámara
de Diputados (el Senado ya la aprobó)
habría ganado una gran batalla:
achicar aún más la mínima
porción de orgullo que nos
queda.
23 de febrero de 2002
Fuente:
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