Los habitantes
de la ciudad chilena de Punta
Arenas, ubicada sobre el estrecho
de Magallanes, se han habituado
a vivir pensando en los riesgos
determinados por la presencia
de desgarros en la capa de ozono.
Entre sus muchas medidas precautorias
figuran la protección
del cuerpo con ropas adecuadas
y la utilización de sustancias
que los defienden de los peligrosos
rayos ultravioletas, potenciales
generadores de enfermedades,
como el cáncer de piel.
Los problemas de la capa de
ozono han dado muchos motivos
para la polémica y una
intensa discusión en
los ámbitos internacionales.
Esa capa es una delgada cobertura
formada por una variedad alotrópica
del oxígeno (O3), que
se constituye en un filtro natural
contra los rayos ultravioletas
provenientes del Sol. El descubrimiento,
hace ya más de veinte
años, de un agujero en
esa capa estratosférica,
determinó la aparición
de un alerta en defensa de las
poblaciones afectadas, particularmente
las ubicadas en las zonas próximas
a las regiones antárticas,
donde el daño es particularmente
grave.
Mucho se ha discutido acerca
de las causas de esta rotura,
pero hay una certeza grande
en la comunidad científica
acerca de la acción destructiva
de sustancias empleadas para
la fabricación de aerosoles.
Distintas conferencias mundiales
intentaron establecer normas
para impedir o limitar la expansión
de estos gases a la atmósfera,
aunque sin lograr un consenso
completo de todos los países
involucrados en su producción.
La vida de los pobladores de
Punta Arenas se ha complicado
visiblemente por este problema.
Todos, grandes y chicos, se
han acostumbrado a prestar atención
a las señales de un semáforo
que desde los medios de comunicación
se encarga de indicar cuándo
se hace necesario aumentar las
medidas de seguridad. En las
escuelas primarias un personaje
con forma de pingüino orienta
una campaña destinada
a enseñarles a los niños
la manera de protegerse adecuadamente.
En muchos establecimientos educativos
se iza una bandera cuando las
condiciones son particularmente
peligrosas.
Los inconvenientes de esa ciudad
austral han determinado el interés
de científicos especializados,
que se han instalado en ella
para estudiar el fenómeno
o que viajan periódicamente
para seguir las variaciones
del fenómeno. Las predicciones
que formulan no son coincidentes
en cuanto al futuro de este
proceso, pero avalan totalmente
las medidas de precaución
adoptadas.
Por cierto, esa inquietud generada
se extiende a otras localidades
de la región, incluyendo
un buen número de poblaciones
argentinas que están
a la misma altura geográfica
o más al sur todavía.
Este problema es una de las
deudas que tiene la comunidad
internacional con los habitantes
de una buena parte del planeta,
pues la falta de un compromiso
suficiente podría determinar
la expansión del fenómeno,
hasta alcanzar a una parte mucho
más grande de la humanidad.
Sería grave que alguna
vez se tuviera que actuar más
seriamente, cuando las circunstancias
volvieran difícil una
acción eficaz para corregir
ese fenómeno.
La persistencia de las roturas
de la capa de ozono sin que
aún se hayan logrado
las imprescindibles coincidencias
universales que, de una vez
por todas, permitan producir
y poner en práctica recursos
defensivos eficientes, debería
ser vista como una oscura mancha
que pone en duda la medida de
la sensatez de gobernantes y
gobernados. Y reitera la acre
y molesta sensación de
que la mayor parte de los seres
humanos, ya fuere por desidia,
indiferencia, ignorancia o soterrados
intereses, da la impresión
de estar empeñada en
malograr su porvenir, en especial
cuando -éste es el caso
presente- atenta contra el medio
ambiente sin percatarse o, peor,
sin querer advertirlo, que está
poniendo en juego su propia
subsistencia.
Fuente: La Nación
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