El futuro
de los cetáceos se pone
sobre la mesa anualmente en
la reunión de la Comisión
Ballenera Internacional (IWC,
por sus siglas en inglés).
En su seno se enfrentan desde
hace años dos tendencias
contrapuestas: los partidarios
de la explotación comercial
de los mamíferos marinos
y los que abogan por su conservación.
La aprobación de la denominada
Iniciativa de Berlín,
durante el encuentro de este
año, celebrado entre
el 16 y el 20 de junio en la
capital alemana, convierte la
protección de los cetáceos
en el principal objetivo de
la comisión.
No fue ése
desde luego el espíritu
que inspiró su creación,
y eso es precisamente lo que
han denunciado los principales
países arponeros. El
líder de la delegación
japonesa, Masayuki Komatsu,
ha calificado la nueva propuesta
de ridícula y ha recordado
que la comisión fue creada
para gestionar el uso
sostenible de recursos abundantes.
Por desgracia,
las circunstancias no son ahora
las de entonces. En 1946, cuando
la comisión se estableció
por primera vez su propósito
era el de regular mediante un
sistema de cuotas la caza de
ballenas. Hoy, después
de que muchas especies hayan
desaparecido y otras tantas
vivan seriamente amenazadas,
lo único que se puede
explotar de manera sostenible
es el atractivo turístico
de las ballenas.
Sin embargo,
países como Japón,
Noruega y recientemente Islandia
no lo entienden así y
pugnan por levantar la moratoria
que desde 1986 prohíbe
la caza de ballenas con fines
comerciales.
Japón
se opuso desde un principio
a esta medida y sólo
la presión estadounidense
hizo que cambiara de opinión.
Claro que, para entonces, los
responsables de pesca japoneses
ya habían encontrado
la coartada perfecta: la comisión
permitía la caza de ballenas
con fines científicos
sin especificar una cantidad
concreta de capturas. El fervor
científico ha permitido
tener abastecidos los mercados
nipones de carne de ballena,
cuyas ventas adquieren un valor
anual de 4 millones de yenes.
Ante la mirada
atónita de la comunidad
internacional, Japón
ha ido aumentando sus cuotas
de caza, expandiendo sus áreas
de pesca e incluyendo nuevas
especies. Paralelamente, no
ha tenido escrúpulos
a la hora de ganarse apoyos
en la comisión. Greenpeace
denunció que Japón
ofrecía a países
africanos y caribeños
Ayuda Oficial al Desarrollo
a cambio de su voto. Este extremo
llegó a ser confirmado
por el delegado japonés
Komatsu en declaraciones a la
televisión australiana
ABC en el año 2001.
Noruega ha
sido el más firme aliado
de Japón en esta batalla.
Este país nórdico
objetó la moratoria y
en 1993 decidió reanudar
la pesca con fines comerciales.
Según denunciaron organizaciones
ecologistas, los científicos
exageraron en el cálculo
de la población de ballenas
Minke, una variedad protegida,
para así poder justificar
su caza a pequeña escala
y tradicional. Las autoridades
sostienen que la carne sólo
satisface la demanda interna,
pero Noruega ya ha exportado
carne a Islandia y las Islas
Faeroes. Japón, donde
los precios son más altos,
aparece como el gran destino
potencial de la carne noruega.
El último
en unirse a este selecto
grupo ha sido Islandia. Como
Japón, tiene la intención
de poner en marcha un programa
de capturas con fines científicos
y, al igual que sucede con Noruega,
todo apunta a que el verdadero
objetivo sea el mercado japonés,
donde será bienvenida
la carne de estas cobayas
marinas.
Los lucrativos
propósitos de estos países
se han topado en la reunión
de este año con la aprobación
de la denominada Iniciativa
de Berlín. El club
de arponeros ha pasado ha convertirse
en una fuerza por la conservación.
La nueva propuesta, avalada
por numerosas organizaciones
ecologistas, incluye la creación
de un comité interno
encargado de evaluar las amenazas
que pesan sobre los mamíferos
marinos. Junto a la pesca intensiva,
aparecen nuevos peligros como
la contaminación o el
cambio climático. Los
defensores de la propuesta sostienen
que la IWC ya había aprobado
antes un centenar de resoluciones
en pro de la conservación
y que la constitución
del comité simplemente
da cobertura institucional a
este objetivo.
En mayo, la
Unión Mundial de Conservación
(IUCN) había advertido
de que determinadas especies
podrían extinguirse en
menos de una década si
no se tomaban medidas. La Iniciativa
de Berlín es un importante
primer paso. Así lo ha
reconocido, entre otros, el
representante alemán
del Fondo Mundial para la Naturaleza,
Volker Homes, para quien la
resolución marca un hito
para la protección de
las ballenas. Esa misma
organización había
publicado recientemente un informe
en el que afirmaba que unos
800 cetáceos (delfines,
ballenas y marsopas) mueren
diariamente víctimas
de capturas pesqueras.
En medio de
este panorama poco halagüeño
hay destacar también
algunos signos de recuperación
en ciertas especies como las
ballenas azules en el Sur, las
jorobadas en muchas áreas
y las ballenas grises en el
este y norte del Pacífico.
La reunión
de la IWC de este año
abre una puerta para la esperaza
de que en un futuro próximo
termine imponiéndose
la lógica de la conservación.
Como ha señalado el comisario
español, Carlos Domínguez,
se ha producido un desplazamiento
del equilibrio de votos del
pleno a favor de los países
conservacionistas. Algo que
sin embargo no ha impedido que
haya sido rechazada por cuarta
vez, al no alcanzar una mayoría
de tres cuartas partes, la creación
de santuarios de ballenas en
el Atlántico y en el
Pacífico Sur, a imagen
de los que existen desde 1994
en el Océano Índico
y en la Antártida.
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