Políticos
y público parecen haberse subido
ciegamente al tren de los vehículos
movidos por hidrógeno, como una
de las mejores soluciones en nuestro
combate contra la contaminación,
los gases invernadero y la dependencia
del petróleo. Pero un experto
de la University of California en Berkeley
opina que hay soluciones más
simples y baratas.
Alex Farrell, junto a su colega David
Keith, de la Carnegie Mellon University,
ha publicado un artículo que
muestra que existen varias estrategias
alternativas a corto y largo plazo
capaces de alcanzar los mismos resultados
que pasar de motores de gasolina a
coches impulsados por hidrógeno.
Farrell piensa que, a pesar de que
parecen una opción atractiva,
estos últimos podrían
no serlo tanto a largo plazo. Por
ello, antes de invertir grandes sumas
de dinero en este tipo de vehículos,
deberíamos pensarlo muy bien,
e incluso probar otras soluciones,
aunque sea de forma experimental.
Farrell y Keith compararon los costes
de desarrollo de los vehículos
movidos por células (pilas)
de combustible con los de otras estrategias
que buscan los mismos objetivos económicos
y ambientales. El hidrógeno
parece una buena opción porque
puede reducir la polución del
aire, retrasar el cambio climático
y reducir las importaciones de petróleo.
Pero para cada una de estas ventajas
podrían existir alternativas
más baratas y más rápidas
de implementar.
El gobierno estadounidense ya ha
propuesto invertir 1.700 millones
de dólares en cinco años
para el desarrollo de células
de combustible de hidrógeno
y otras infraestructuras necesarias
para su uso, producción, almacenaje,
etc..
El principal problema, explica Farrell,
es que primero debemos valorar de
dónde saldrá el hidrógeno.
En la actualidad, los métodos
más utilizados lo extraen del
petróleo y del carbón,
generando en el proceso una significativa
cantidad de CO2. A menos que este
dióxido de carbono pueda ser
capturado y guardado, no habremos
arreglado nada. La solución
ideal sería utilizar una energía
renovable, como la eólica o
la solar, para obtener el hidrógeno
sin emisiones de gases invernaderos.
Además, el hidrógeno
es un gas peligroso. Transportarlo,
almacenarlo y distribuirlo implica
una infraestructura que costaría
unos 5.000 dólares por vehículo.
Tampoco hay que olvidar que será
necesario mucho dinero para obtener
células de combustible capaces
de igualar en rendimiento a los actuales
motores de gasolina.
Todo lo anterior valdría finalmente
la pena si no existieran formas alternativas
de lograr los mismos objetivos, pero
Farrell dice que sí las hay.
Durante las próximas décadas,
el método más rentable
de reducir las importaciones de petróleo
y las emisiones de CO2 de los automóviles
consistirá en incrementar la
eficiencia en el consumo de combustible,
es decir, los coches deben gastar
menos gasolina realizando más
kilometraje.
Ya existen tecnologías para
lograr estas eficiencias, pero faltan
los incentivos económicos para
que los fabricantes las introduzcan
en sus productos. También podrían
utilizarse sustitutos del petróleo,
como el etanol, pero habría
que investigar qué impacto
económico y ambiental supondría.
Por otro lado, si el objetivo es
reducir los gases invernadero, quizá
sería mejor y más barato
centrarnos en reducir las emisiones
de CO2 de las centrales eléctricas
que invertir en vehículos de
hidrógeno.
De la misma manera, si se hace necesario
introducir el hidrógeno en
el sector del transporte, siempre
será más interesante
desarrollar soluciones de este tipo
específicamente diseñadas
para grandes vehículos, como
barcos, camiones o trenes. Éstos
son los que emiten más gases
y los que pueden almacenar mejor el
hidrógeno a bordo, permitiendo
una red de distribución de
inferior escala.
22 de julio de 2003
Fuente:
PÁGINAS
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