Desde hoy y hasta
el 4 de setiembre, 65.000 delegados
de 189 países debatirán
en Johannesburgo. Bush no asistirá
como lo había prometido. Intentarán
armar un plan global para terminar
con la miseria sin destruir el medio
ambiente.
Aun sin haber empezado,
ya hay críticas. Para los globlifóbicos
más duros, las autoridades
convirtieron a Sandton, la localidad
donde se desarrollará la cumbre,
en Disneylandia. Las autoridades limpiaron
ese millonario suburbio de Johannesburgo
de mendigos y vendedores ambulantes
y lograron, en principio, aislarla
de la verdadera Africa, el continente
que cobija entre sus países
miserables a Sierra Leona, donde 3
de cada 10 chicos no llegan a cumplir
los cinco años. Una tasa de
mortalidad mayor que la de la Inglaterra
de 1820 contada por Dickens.
Sin embargo, aunque
hicieron todos los esfuerzos, no pudieron
ocultar Alexandra, al otro lado del
río, un largo corredor de aguas
poluidas donde los gérmenes
del cólera se estacionan en
las orillas. Alexandra es una pobrísima
comunidad vecina a Sandton donde el
agua, la salud y la electricidad fueron
privatizadas y donde les cortaron
los servicios a aquellos que no podían
pagar. Que, de más está
decirlo, eran todos.
En este escenario
de contrastes que es casi una metáfora
del mundo, hoy se inaugura la Cumbre
Mundial de Desarrollo Sustentable,
donde representantes de 189 países
más ricos, más
pobres, en vías de desarrollo,
en vías de extinción,
intentarán dibujar una vez
más un plan de acción
para terminar con la pobreza sin destruir
el medio ambiente. Para algunos, sólo
una pérdida del tiempo; para
otros, la última chance de
corregir el destino de destrucción
hacia el que tiende el planeta y con
él, la humanidad.
Desigualdad, cambios
climáticos, pobreza, acceso
al agua y crecimiento demográfico
son algunas de las palabras que integran
el diccionario de la urgencia que
manejarán los asistentes a
la Cumbre. El presidente del país
más poderoso no estará
presente para escuchar los reclamos.
George W. Bush decidió no viajar
y de ese modo frustró a los
organizadores, quienes acomodaron
las fechas para que el evento terminara
el 4 de septiembre, soló para
que Bush pudiera llegar con tiempo
a los actos de homenaje del 11 de
septiembre.
Como si no alcanzara
con semejante desaire y con la pertinaz
negativa de Estados Unidos de firmar
el protocolo de Kioto (que obliga
a terminar progresivamente con la
emisión de gases tóxicos)
que hasta China parece dispuesta a
rubricar, Bush pareció enviar
un nuevo mensaje a quienes se preocupan
por el recalentamiento global y la
desaparición de los bosques.
Lo hizo cuando sugirió la puesta
en práctica de una masiva tala
de árboles para terminar de
una vez con los incendios. Un gran
chiste de humor negro salvo que, por
su origen, puede terminar en una orden
de catástrofe.
Al no estar allí,
el presidente Bush se perderá
los reclamos de las organizaciones
defensoras de los derechos de las
mujeres. El mes pasado, el gobierno
de EE. UU. recortó 34 millones
de dólares de aportes para
el Fondo de Población de las
Naciones Unidas, que opera en 142
países. El argumento fue que
la mayoría de ese dinero iba
a parar a la maquinaria de abortos
en China. Lo cierto es que ese dinero,
según recordó Nocholas
Kristof en un editorial de The New
York Times también se usa,
por ejemplo, en el programa de emergencia
obstétrica de Burundi, donde
una de cada 8 mujeres muere al dar
a luz.
Más números
del terror. En los próximos
25 años, entre el 50 y el 75%
de la humanidad vivirá con
escasez de agua potable. Hoy, cada
ocho segundos muere un chico por beber
agua contaminada. Los defensores del
acceso al agua piden que se la considere
un derecho humano y no solo una necesidad
humana. Según la revista Fortune,
la industria y comercialización
del agua con el consiguiente
arrebato a la mayoría de la
población de un bien sustancial
rinde anualmente el 40% de lo que
rinde el sector petrolero y ya es
mayor que el de la industria farmacéutica.
El agrandamiento
de la brecha entre ricos y pobres
es un relato de ciencia ficción.
Doscientos años atrás,
el ingreso per cápita del país
más rico del mundo, Gran Bretaña,
era sólo tres veces mayor que
el promedio de los países africanos,
entonces la región más
pobre del planeta. Hoy, Suiza es el
país más rico y sus
habitantes gozan per cápita
de un ingreso 80 veces mayor que los
de la región más pobre,
el sur de Asia.
Algunos afilaron
el lápiz y señalan que
para reducir la pobreza a la mitad
antes de 2015, un objetivo acordado
dos años atrás en la
Cumbre del Milenio, se necesitan entre
40 mil y 60 mil millones de dólares.
Clinck, caja. Esta cifra es cerca
de una sexta parte de lo que Occidente
gasta habitualmente en subsidios al
campo.
Esto por esto que,
como explica el diario británico
The Guardian, las vacas están
mejor que la mitad del mundo. Porque
una vaca promedio en Europa recibe
2,20 dólares al día
en concepto de subsidios y otras ayudas,
mientras que 2.800 millones de personas
en el mundo en desarrollo vive con
menos de dos dólares por día.
Una mirada cínica
diría que no todo es pérdida
ya que la pobreza, sin embargo, es
también el origen de un nuevo
y fabuloso negocio para canallas.
Se trata del tráfico de inmigrantes
que, según algunos analistas,
ya se ha convertido en ciertos países
en una industria más rendidora
y, por ahora, menos peligrosa que
el tráfico de drogas.
Hoy, cuando el presidente
sudafricano, Thabo Mbeki, abra la
cumbre con un llamado a terminar con
este "apartheid global",
los 65.000 delegados que componen
la mayor conferencia en la historia
de la ONU tendrán un trabajo
de titanes. Un plan de acción
que todos dicen querer pero que muy
pocos están dispuestos a cumplir.
26 de agosto de 2002
Fuente:
PÁGINAS
RELACIONADAS: 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
|