El caso del agricultor
canadiense Percy Schmeiser ilustra
dramáticamente el futuro de
la agricultura bajo las garras de
las corporaciones de biotecnología.
La contaminación genética
causada por plantas transgénicas
(genéticamente alteradas) ha
sido tema de informaciones nuestras
en pasadas semanas. Ahora surge un
caso verdaderamente escalofriante,
revelador de toda la rapacidad de
que son capaces las grandes corporaciones
multinacionales.
Habíamos visto el caso Starlink,
en el que maíz transgénico
no aprobado para consumo humano se
coló en la cadena alimentaria
humana, contaminando sobre 300 productos
de supermercado y por lo menos 143
millones de toneladas de maíz.
La semana pasada informamos cómo
el maíz transgénico
está invadiendo a México,
centro de origen de esa valiosa planta.
Agricultores por todo México,
Estados Unidos y Canadá han
comenzado a preocuparse por qué
pasará cuando a sus fincas
lleguen el polen o semillas de cultivos
transgénicos, traídos
por pájaros o abejas, o cargados
por el viento. Ya esto está
ocurriendo por todo el continente,
a medida que en las grandes fincas
industriales se siembran millones
de hectáreas de cultivos transgénicos,
como soya, maíz, algodón
y canola. ¿Qué podrán
hacer cuando llegue esa contaminación
genética a sus cultivos?
El caso del agricultor canadiense
Percy Schmeiser ilustra dramáticamente
el futuro de la agricultura bajo las
garras de las corporaciones de biotecnología.
Por más de 50 años,
Schmeiser cultivaba y desarrollaba
variedades de canola en su finca en
la provincia de Saskatchewan. Un buen
día encontró que parte
de su cosecha era transgénica.
El polen y/o semillas de un cultivo
de canola genéticamente alterada
viento arriba había llegado
a su finca. El trabajo de su vida
entera había sido arruinado
para siempre.
Pero la pesadilla de Schmeiser apenas
comenzaba. Aparecieron en su propiedad
representantes de la corporación
Monsanto para demandarlo por cultivar
la canola transgénica de la
compañía sin autorización.
Las semillas de Monsanto son patentadas,
y sólo pueden plantarlas quienes
firman un contrato con la compañía.
Schmeiser le explicó a los
abogados de Monsanto que él
nunca plantó esa semilla, y
que llegó a sus tierras de
la misma manera que cualquier semilla
o polen viaja de un lugar a otro.
Pudo haber sido semillas o polen cargados
por el viento, o por pájaros,
insectos, ciervos, zorras, o coyotes.
Pero la compañía insistió
en acusarlo de ladrón, y en
exigirle compensación.
Monsanto llevó a Schmeiser
a los tribunales, y la compañía
ganó el caso. El juez determinó
que no importaba cómo llegó
la semilla a las tierras de Schmeiser-
ya fuera por polinización o
hurto-, su cosecha era ahora propiedad
de Monsanto y todas las ganancias
que genere deberán ser entregadas
a la compañía. La compañía
también le está exigiendo
a Schmeiser que pague por los costos
legales que incurrió, que ascienden
a un millón de dólares.
Pero Monsanto no se estaba metiendo
con un agricultor común y corriente.
Schmeiser es un político consumado
y experimentado. En años anteriores
había sido alcalde, y también
miembro del parlamento nacional. Schmeiser
gastó en su defensa $200 mil,
dinero que había ahorrado toda
su vida para su retiro.
Actualmente está apelando
su caso, que él estima le costará
$100 mil adicionales. Ciudadanos de
toda Norteamérica han aportado
dinero para ayudarlo en su batalla
legal. Si pierde la apelación,
Schmeiser acudirá al Tribunal
Supremo, y si eso no funciona, el
Parlamento se verá obligado
a adjudicar el caso.
Schmeiser ha viajado por el mundo
entero en años recientes denunciando
los abusos de Monsanto ante audiencias
en países como Estados Unidos,
India, Bangladesh, Paquistán
y Nueva Zelanda. En octubre del 2000,
recibió en la India el Premio
Mahatma Gandhi por su lucha no violenta
en pro de la justicia.
El estado agro-policial
Las amenazas de Monsanto contra Schmeiser
no son ningún caso aislado
ni aberración alguna. Debido
a la drástica consolidación
de la industria semillera en años
recientes, Monsanto se ha convertido
en casi el único proveedor
de semillas en muchos lugares de Norteamérica.
La compañía se ha aprovechado
muy bien de su posición cuasi
monopólica. El agricultor que
compre sus semillas tiene que firmar
un contrato que impone las siguientes
condiciones:
El comprador no guardará
de la semilla que salga de su cosecha
para plantarla en la siguiente temporada.
Deberá comprarle la semilla
a la compañía todos
los años.
El comprador no demandará
a Monsanto si algo sale mal. Pero
Monsanto sí podrá demandar
al comprador si éste no cumple
con el contrato.
Los investigadores de Monsanto,
apodados la "policía genética",
podrán meterse en la finca
del comprador el día y la hora
que quieran, para verificar que se
esté cumpliendo con el contrato
al pie de la letra.
Este contrato frecuentemente
viene pegado en la etiqueta de la
bolsa de semillas o en la factura
de compra.
Tras examinar estos términos,
Dennis Howard, secretario de agricultura
de Dakota del Norte, advirtió
que "yo desalentaría a
cualquier agricultor de firmar este
documento. Este contrato no sólo
limita severamente las opciones del
productor, sino que también
limita la responsabilidad legal de
Monsanto. Los acuerdos de compra-venta
y contratos son efectivos sólo
si sirven para proteger los intereses
de todas las partes involucradas.
La protección del contrato
de Monsanto es estrictamente unilateral
y yo sugeriría a los productores
tomar esto cuidadosamente en cuenta
antes de aceptar este acuerdo."
Monsanto invita a los agricultores
a informarles si conocen de alguien
que esté plantando su semilla
sin autorización. Cuando recibe
un informe de un "chota",
la compañía envía
dos representantes de su "policía
genética" a la finca del
acusado. Le dicen al granjero que
escucharon un rumor de que él
está sembrando semillas de
Monsanto sin autorización.
Si él lo niega, lo acusan de
mentir, y que si no admite su culpa,
la pagará muy caro.
Si el agricultor no está en
la casa, le dejan una carta demandando
dinero. Estas cartas, que Schmeiser
llama "cartas de extorsión",
dicen que para no ir a los tribunales,
que el granjero por favor remita U$S
28.700.-
Según Schmeiser, estas tácticas
de intimidación destruyen la
estructura social de las comunidades
agrícolas y rurales. El granjero
se pregunta quién de sus vecinos
lo acusó, y eventualmente los
agricultores dejan de hablarse, por
miedo a los "chotas" de
Monsanto. El agricultor canadiense
estima que debe haber alrededor de
dos mil granjeros en Norteamérica
bajo investigación o amenaza
por Monsanto. Es difícil saber
cuántos, porque cuando firman
contratos con Monsanto, se les prohíbe
hablar si son demandados. En una entrevista
reciente para la revista Acres, Schmeiser
plantea que la agenda de Monsanto
es vender más químicos,
ya que la gran mayoría de las
semillas transgénicas que vende
son resistentes al herbicida Roundup,
producto de la misma compañía.
Así, Monsanto puede vender
las semillas y el herbicida como un
solo paquete integrado:
"He sido agricultor desde 1947,
y he visto lo que los químicos
le han hecho a nuestra tierra, nuestra
vida silvestre y nuestros pájaros.
Estamos ahora pagando el precio por
lo que hemos hecho en los últimos
50 años. Todo era rociar, rociar
y rociar. Cuando matábamos
un insecto que era dañino,
matábamos todos los insectos
beneficiosos. Me doy cuenta después
de 50 años que hacíamos
mal, no sólo al ambiente, sino
también a los animales y los
seres humanos. Creo que tenemos una
responsabilidad moral hacia nuestro
ambiente. Los peces, pájaros,
mamíferos e insectos no pueden
protegerse. Nos toca a nosotros protegerlos,
y no lo estamos haciendo."
14 de noviembre de
2002
Fuente:
PÁGINAS
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