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El
suelo consta de capas u
horizontes. La cantidad
y el espesor de cada una
de ellas depende de sus
características y
de su evolución. |
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Las plantas necesitan
del suelo para alimentarse y como
medio de sostén. El suelo puede
sufrir alteraciones en su composición
o su estructura debido al agua y el
viento. Ese desgaste, llamado erosión,
suele ser de consecuencias más
graves cuando el terreno no cuenta
con árboles que le sirvan de
protección y cuando el hombre
lo somete a una continua explotación,
sin variar los tipos de cultivo. En
tales casos, es la capa fértil
del suelo la que se empobrece.
Para evitar los
problemas derivados del cultivo intensivo,
los agricultores rotan los cultivos
-alternando año tras año
las especies que se siembran en un
terreno- y abonan la tierra con fertilizantes
químicos, para renovar los
nutrientes perdidos. Pero en el caso
de los fertilizantes debe evaluarse
detenidamente su acción antes
de aplicarlos, pues muchas veces contienen
elementos tóxicos, contaminan
las napas de agua y matan microorganismos
y pequeños animales, dañando
incluso a los mismos vegetales que
después consumirá el
hombre.
Existe otra forma
de recuperar el terreno, que es el
empleo de fertilizantes orgánicos
(compost, estiércol, ciertos
residuos degradables, etc.). Estos
elementos se emplean en la producción
orgánica de verduras y hortalizas.
La composición
del suelo
En sí, el
suelo es una delgada capa de la corteza
terrestre, modificada por diversos
agentes climáticos y por la
acción de distintos organismos.
Está constituido por partículas
minerales, materia orgánica,
agua y aire.
En un corte vertical,
se observa que el suelo se dispone
en capas superpuestas llamadas horizontes.
Esas capas se conocen como horizonte
0, horizonte A, horizonte B y horizonte
C y pueden presentar subdivisiones.
El horizonte 0 es
rico en materia orgánica que
se va desintegrando gradualmente,
como tallos y hojas muertas. Es común
en pastizales y bosques, pero no aparece
en los suelos desérticos.
El horizonte A o
suelo vegetal, es oscuro y rico en
humus. El humus es materia orgánica
descompuesta o en descomposición.
Su color va del marrón oscuro
al negro, por lo que se lo conoce
también como tierra negra.
Su textura es granular; en áreas
con precipitaciones abundantes puede
perder gran parte de sus nutrientes.
El horizonte B es
una capa de color claro donde se acumulan
minerales escurridos de las dos capas
superiores. Es rico en compuestos
de hierro, aluminio y arcilla.
Bajo esta capa de
minerales está el horizonte
C, que contiene fragmentos de roca
y se ubica fuera del alcance de la
mayor parte de las raíces.
Puede estar saturado total o parcialmente
de agua subterránea.
Por debajo de esos
horizontes está la roca madre
o material original del suelo, es
decir, antes de sufrir modificaciones.
El pH del suelo
Se conoce como acidez
o pH -potencial de hidrógeno-
del suelo a la escala numérica
que permite medir la concentración
de iones de hidrógeno. Los
iones son agrupamientos de átomos
con carga eléctrica que pueden
otorgar a las soluciones químicas
la propiedad de ser buenas conductoras
de la electricidad. La escala de pH,
que va de 0 a 14, sirve para calcular
determinadas características
de los suelos.
Desde el punto de
vista químico, todas las sustancias
son necesariamente ácidas o
alcalinas, y las propiedades de uno
y otro son opuestas. El suelo con
pH 7 es neutro, entre ácido
y alcalino; el inferior a 7 es ácido,
y el superior, alcalino. Todos los
tipos de suelos pueden resultar aptos
para algunos vegetales pero no para
otros.
La relación
entre las plantas y el pH del suelo
es, en realidad, una interacción.
Por un lado, el grado del pH influye
sobre las plantas y otros organismos
que hay en el suelo; por otro, el
pH es influido por esos seres vivos.
La solubilidad -capacidad de una sustancia
para disolverse- de los minerales,
por ejemplo, varía en función
del pH.
La importancia del
pH para la planta radica en que ésta
sólo puede absorber los minerales
solubles, no los insolubles. Si el
pH de un determinado suelo es reducido,
ciertos minerales, como el aluminio
o el manganeso, se vuelven tan solubles
que pueden ser tóxicos para
el vegetal. El fosfato de calcio,
por ejemplo, es menos soluble en suelos
con pH alto.
En cuanto a la influencia
de la propia planta sobre el pH puede
ser ejemplificada con el caso de las
coníferas. Las hojas de esos
árboles (agujas) son ricas
en ácidos. Cuando las agujas
caen al suelo y se descomponen, las
sustancias ácidas que contienen
penetran en el terreno y lo acidifican.
Tipos de suelo
En función
del volumen, los dos componentes más
comunes del suelo son la arena y la
arcilla. Es común que se encuentre
un elevado porcentaje de arena, una
proporción menor de arcilla,
de sustancias calcáreas y de
humus o materia orgánica. Al
variar las proporciones de cada componente
los suelos pueden ser más livianos
o arenosos, más pesados o arcillosos,
calcáreos y gumíferos.
El suelo, en su
proporción ideal, debe estar
compuesto por partículas de
variados tamaños, con abundante
humus para retener el agua y suministrar
alimento a las plantas. Estas particularidades
hacen fundamental la presencia de
humus, para que el suelo sea el adecuado
y facilite las labores agrícolas.
Hay suelos que no
son esencialmente arcillosos ni arenosos.
Las partículas que los componen
se aglomeran entre sí, y esa
estructura les confiere el mismo valor
positivo que el del humus: la fertilidad.
Los suelos con gran
cantidad de partículas arcillosas
resultan duros, lo que dificulta la
agricultura.
Además, como
no tienen buen drenaje suelen permanecer
anegados, y no arrastran sales minerales.
Debido a que retienen el agua, las
plantas que tienen asegurada buena
provisión de humedad para sus
raíces a veces pueden sufrir
la falta de oxígeno.
Los suelos arenosos,
en cambio, tienen buena aireación
y drenaje, pero pierden rápidamente
los minerales, que se filtran hacia
el subsuelo.
Otro tipo de suelo
es el formado por rocas calizas. Su
principal componente, el carbonato
de calcio, es soluble en agua. Eso
hace que los suelos no sean precisamente
consistentes. Su profundidad es escasa
y son muy alcalinas. Sin embargo,
suelen tornarse ácidos cuando
el calcio termina por filtrarse y
desaparecer, disuelto por el agua
de la lluvia.
Cada planta en
el suelo adecuado
Las sustancias más
necesarias para el desarrollo de los
vegetales son el nitrógeno,
el fósforo y el potasio. El
nitrógeno favorece el crecimiento
de las hojas, que es rápido
cuando el suelo lo contiene en cantidad
suficiente, y dificultoso cuando escasea;
su presencia en exceso provoca un
crecimiento exuberante de la parte
verde de la planta, que resulta débil.
El fosfato actúa sobre la raíz
y los frutos, y cuando su presencia
es excesiva la hace madurar prematuramente.
El potasio estimula el crecimiento
de la planta y su resistencia a sequías,
enfermedades y temperaturas extremas.
En los suelos pobres
en nitrógeno pueden desarrollarse
las plantas carnívoras. Estos
vegetales se alimentan de insectos.
Crecen en terrenos pantanosos y turberas
que son depósitos naturales
de turba, un carbón mineral
de escaso valor calórico y
elevada acidez.
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Cuando falta zinc, las hojas
se rizan y los frutos son más
pequeños |
La escasez de calcio produce
tejidos con poca consistencia
y menores defensas frente a las
enfermedades. |
Sin cobre las hojas se cubren
de manchas claras y se detiene
el desarrollo |
Ante la falta de magnesio, la
planta presenta poco desarrollo
y raíces raquí-ticas. |
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La falta de nitrógeno
reduce la función clorofílica
y el desarrollo es pobre. |
Si hay poco fósforo,
las raíces son raquíticas,
la hojas amarillas y no hay repro-ducción. |
Como consecuencia
de la escasez de potasio, se observan
hojas mancha-das, crecimiento
irregular y falta de reservas. |
Sin hierro las hojas
se decoloran, se secan y caen. |
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