Junto con las cerca de 30.000 hectáreas
que quemó el fuego en el pedemonte
desde el viernes de la semana pasada
Mendoza perdió una natural y
segura barrera contra los aluviones.
Es que las 300 especies que integran
la flora de esa zona, y que han sido
gravemente dañadas, absorben
una parte importante del agua que baja
hacia el llano cuando llueve, ayudando
de esta forma a prevenir desastres.
Ahora, por la acción de las
llamas, el terreno ha quedado planchado
y el suelo, impermeable. En vastas
zonas no queda materia orgánica
que permita la infiltración
del agua, por lo que es más
fácil que ésta escurra
arrastrando areniscas, piedras y rocas
hacia las zonas más bajas.
Se forman verdaderos zanjones
temporarios que facilitan la formación
de aluviones, que luego impactan en
el oasis, explicó el
profesional principal del Iadiza (Cricyt),
Antonio Dalmaso, quien además
dijo que por el alto nivel de combustión
que se produjo en el pedemonte la
vegetación podría tardar
hasta 30 años en volver a crecer.
Los incendios, en realidad, no hacen
más que actuar sobre suelos
históricamente dañados
por diversas acciones del hombre:
tala, crecimiento urbano desordenado,
basurales a cielo abierto y explotación
poco controlada de áridos,
entre otros.
El fuego fue el tiro de gracia,
el golpe final, dijo gráficamente
Jorge Gonnet, biólogo de la
dirección de Recursos Naturales.
Los arbustos constituyen verdaderas
islas de fertilidad, explicó
Gonnet al referirse a la función
de la vegetación del pedemonte,
a la que el mendocino medio mira con
no poca indiferencia y falta de conocimiento.
El biólogo citó el
caso del chañar de brea -espinoso
y alto- que es el preferido por las
aves para hacer sus nidos. Al producir
sombra hace que el agua rinda más
y, al caer al suelo, sus hojas aportan
materia orgánica.
Después del fuego, estas funciones
de la vegetación cambian drásticamente.
Y producen consecuencias negativas
en todo el hábitat: las aves
deben cambiar sus hábitos de
nidificación, los suelos se
empobrecen y se pierden especies de
plantas medicinales y aromáticas.
Malos pastos. Cuando se quema el
arbustal rápidamente crece
el coirón, que son pastos tiernos,
amarillos y verdes. Esto puede parecer
auspicioso en un primer momento para
el ganado, pero la consecuencia a
largo plazo es el empobrecimiento
de la variedad de plantas y de la
calidad forrajera. Además,
estos pastos no favorecen la infiltración
de agua.
Sin casa. La destrucción de
los arbustos implica un cambio drástico
en los hábitos de nidificación
de las más de 100 especies
de aves que existen en la zona. Los
incendios continuos han hecho desaparecer,
por ejemplo, la coronilla, un árbol
que alojaba pájaros carpinteros.
Hierbas medicinales. El fuego acaba
con especies de valor aromático
y curativo como el ajenjo, el tomillo,
el arrayán del campo (digestivo)
y la carqueja (para el hígado).
En su lugar crecen especies invasoras
y malezas.
Especies únicas. El fuego
arrasa con especies endémicas
(que se dan en un único lugar).
Es el caso de la stipa-psittacorum,
propia del pedemonte mendocino.
Petizos. El árbol de la zona,
el Molle, puede medir hasta dos metros,
pero con los incendios se ha detenido
su crecimiento. Algo similar ocurre
con la jarilla, que ya no supera los
120 cm. En otras épocas rozaba
los 2 metros.
8 de febrero de 2003
Fuente:
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