Grandes obras
como el Chocón fueron construidas
con prescindencia de lo que la población
afectada pensara. Por eso es clave
la consulta que acaba de realizarse.
A mucha gente le sorprenderá
que se tenga que hacer una consulta
popular espontánea con relación
a la posible instalación de
una mina cerca de Esquel para que
alguien se decida a encarar seriamente
el tema del impacto ambiental que
puede generar un emprendimiento de
este calibre.
Pero para nuestra desgracia la opinión
de la sociedad sobre los beneficios
y los problemas que puede generar
una obra en una cierta región
hasta hace poco no se tenía
en cuenta.
Todas las grandes obras que se hicieron
en el país, como el Chocón
o Yacyretá, fueron planeadas
y realizadas con total prescindencia
de lo que población afectada
pensara. Recién a partir de
la construcción de Yacyretá
(y por presión de los organismos
financieros internacionales) las grandes
obras comenzaron a acompañarse
con un estudio de lo se suele llamar
el impacto, tanto en la sociedad como
en su ambiente. Cabe aclarar que nunca
en la historia argentina un análisis
de impacto indicaba que la obra no
debía hacerse, o que los costos
eran mayores que los beneficios. Esto
fue siempre así simplemente
porque los estudios de impacto son
realizados por las mismas compañías
que se encargarán de la obra,
estudio que es teóricamente
analizado críticamente por
los organismos competentes.
Tampoco en la historia hemos tenido
el caso de que un estudio de impacto
sea rechazado por el gobierno encargado
del tema. Obras gigantescas como la
mina de Bajo de la Alumbrera en Catamarca
se hicieron siguiendo este método,
que puntillosamente deja a la sociedad
local fuera del tema.
La primera vez que se produjo una
reacción fue en el tendido
de los gasoductos del noroeste. En
un caso, ampliamente difundido, un
grupo indígena local, con el
fuerte apoyo de una organización
internacional ambientalista, trató
de parar la construcción de
un gasoducto aduciendo impactos irreparables
en el ambiente de las selvas de montaña.
La situación se solucionó
finalmente por la vía de la
negociación entre la compañía
constructora y los indígenas.
Con el otro gasoducto el caso fue
más paradigmático: cuando
los jujeños se dieron cuenta
de que pasaba bajo sus propios pies,
organizaron una tardía revuelta,
que dio como resultado que el organismo
encargado de fizcalizar la obra (en
este caso ENARGAS) hiciera una audiencia
pública después de construido
el gasoducto, acto simplemente formal
e inútil. Sin embargo el conflicto
dejó sus enseñanzas,
y poco tiempo después, cuando
la provincia de Jujuy había
aprobado el tendido de una línea
de alta tensión a lo largo
de la Quebrada de Humahuaca, la protesta
espontánea y masiva
fue tan fuerte que la obra se suspendió.
Y el camino para que la voz de la
sociedad afectada por las grandes
obras se sigue construyendo, porque
es ahora la propia población
de Esquel, sin intermediarios, la
que toma la iniciativa para hacerse
escuchar antes que la obra se construya,
exigiendo una estudio de impacto imparcial
y serio.
Uno se pregunta: ¿antes qué
hacían las autoridades del
municipio y de la provincia, que aparentemente
habían aprobado la inversión?
¿Qué opinaba sobre el
tema la Secretaría de Medio
Ambiente? ¿Era necesario que
se generara una protesta popular para
que se pensara en una cosa tan obvia
como consultar a los que van a sufrir
las consecuencias de la actividad
minera? ¿Tan poco vale el ambiente
donde vivimos?.
27 de marzo de 2003
Fuente:
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