El debate sobre
los transgénicos es prioritario.
Juan bazán contribuye al esclarecimiento.
Parece un chiste, sin embargo, es
pura realidad. En la Argentina, los
cultivos transgénicos se están
multiplicando; el más notable
es el de la soja, que se transformó
en el principal producto agrícola
y tiene que enfrentar la oposición
europea a los transgénicos,
oposición que podría
extenderse a países latinoamericanos.
En Europa rige una moratoria, vigente
desde 1998, que perjudica la venta
de estos alimentos. Veamos como surgió
y se desarrolló este argumento
surrealista. El probable lector de
este "cuento" podrá
sacar sus propias conclusiones.
El siglo de la biotecnología
La humanidad ha entrado de lleno
en el siglo de la biotecnología
mediante la convergencia de las ciencias
de la vida y de la informática,
en una revolución científica,
tecnológica y económica.
Como ocurrió en los siglos
XIX y XX con la física y la
química, los avances biotecnológicos
abren paso a inquietudes porque al
reprogramarse los códigos genéticos
de la vida, la ciencia está
lista para interrumpir millones de
años de desarrollo evolutivo,
con el riesgo de que el acervo genético
de la humanidad se reduzca a una mera
propiedad intelectual patentada, sujeta
al control exclusivo de las multinacionales.
De todas maneras, esos riesgos pueden
ser compensados por las ventajas que
producirían.
Entretanto, en medio de las preocupaciones
y de la ambición, los fertilizantes
petroquímicos y los pesticidas
sintéticos están remodelando
el paisaje agrícola, con la
promesa de que permitirán alimentar
a miles de millones de personas hundidas
en la humillación del hambre
y la miseria en casi todo el mundo.
Algunas compañías químicas
han creado cultivos transgénicos
que toleran los herbicidas que las
mismas han creado, lo que permite
eliminar eficazmente la maleza.
La prohibición europea
La moratoria europea declarada en
1998 para los alimentos genéticamente
modificados, perjudica especialmente
a las exportaciones de maíz.
Los países europeos que respaldan
la prohibición de entrada de
estos productos, anticipan que mantendrán
sus posiciones hasta que la Unión
Europea implemente reglas de consumo
que podrían ser mas rígidas
que las actuales, ante la posible
exigencia del uso de etiquetas que
especifiquen los ingredientes biotecnológicos
que contienen, en tanto que las compañías
que sostengan que un producto no tiene
componentes alterados genéticamente,
deberían mantener registros
de cinco años como elementos
probatorios. Esta prohibición
europea es esencialmente política
y no tienen bases científicas
respecto de los posibles riesgos que
la fundamentan. Tanto es así
que hay quienes consideran que esconderían
el hecho de que la Unión Europea
habría sido sorprendida por
la irrupción de productos genéticamente
modificados de los Estados Unidos,
y que ahora trata de ganar tiempo
para colocarse a la par en el camino
de las investigaciones y de la producción.
Las autoridades norteamericanas consideran
la posibilidad de interponer una demanda
ante la Organización Mundial
del Comercio contra la moratoria europea
de cuatro años, aunque las
contiene el riesgo de intensificar
tensiones con los países europeos
en momentos en que las dificultades
que se derivan de la política
internacional no deberían agravarse.
Por último, cabe recordar el
rechazo de los grupos ecologistas
de Greenpeace para quienes "ninguna
demanda de la OMC hará que
los consumidores europeos coman lo
que no quieren comer", aunque
también es cierto que los consumidores
europeos no deciden lo que le guste
o le convenga al resto del mundo.
Aparte de las disputas entre los
proteccionistas de ambas márgenes
del Atlántico, hay que recordar
que los Estados Unidos exportan soja,
algodón y maíz transgénico
al mismo tiempo que granos normales,
por cerca de 12.000 millones de dólares
anuales a Japón, China, Medio
Oriente y el Sudeste asiático.
Este delicado asunto tiene superlativo
interés para la Argentina,
que se sitúa entre los primeros
productores de soja del mundo.
Los transgénicos en la
agricultura argentina
Los organismos genéticamente
modificados (OGMs) continúan
acaparando la atención de quienes
están a favor y en contra de
su utilización en la agricultura.
Recientemente, el Instituto Interamericano
de Cooperación para la Agricultura
(IICA) organizó recientemente
un seminario con el Instituto Internacional
de Desarrollo Sustentable, durante
el cual se pusieron en consideración
temas como el ambiente y el impacto
sobre el comercio internacional de
los OGMs en la producción agropecuaria
y un panel abordó lo relacionado
a las perspectivas futuras de la biotecnología
agropecuaria en la Argentina. En el
encuentro, se reunieron especialistas
de diferentes países, también
se efectuó la presentación
del libro "Los transgénicos
en la agricultura argentina; una historia
con final abierto". Después
de los Estados Unidos, la Argentina
es el segundo país en cuanto
a extensión de superficie sembrada
con cultivos transgénicos.
La historia comienza en 1996
En el terreno de las innovaciones
biotecnológicas, la Argentina
comenzó a incursionar firmemente
a partir de 1996. Como sucede con
todas las transformaciones profundas,
la aparición de los OGMs generaron
una gran controversia en todo el mundo
en torno a sus costos y beneficios
para los agricultores, los consumidores
y las empresas multinacionales que
detentan la propiedad de estos avances
científicos. Estas discusiones
se han extendido a los planos regulatorios
y del comercio internacional y se
manifiestan en temas cruciales, como
son el proceso de aprobación
de los OGMs y el etiquetado a nivel
nacional e internacional, entre otras
cuestiones. La difusión de
los OGMs ha sido tan rápida
-sobre todo la soja- que en la actualidad
la Argentina es el segundo país,
después de los Estados Unidos,
en cuanto a la extensión que
destina a los cultivos agrícolas
sembrados con transgénicos.
Este hecho lo convierte en uno de
los protagonistas principales a nivel
internacional
La diferenciación de los
transgénicos
Hace pocas semanas atrás,
el Consejo de Ministros de Agricultura
y Pesca de la Unión Europea
aprobó por mayoría una
nueva norma para regular el etiquetado
y la autorización de OGMs en
alimentos para humanos y animales.
Los quince integrantes de la UE llegaron
a un acuerdo político sobre
la base de una propuesta que había
sido presentada por la Comisión
Europea, modificada por la presidencia
que actualmente ocupa Dinamarca, mediante
la cual se introduce un etiquetado
para los alimentos que se producen
con OGMs para animales y se amplían
las exigencias de etiquetas para los
que tengan destino de consumo humano.
La propuesta, que ahora deberá
aprobar el parlamento europeo, tuvo
el rechazo de Austria, el Reino Unido
y Luxemburgo. La nueva reglamentación
de etiquetado tendrá alcance
para los alimentos que contengan OGMs,
aunque estos organismos no se identifiquen
en el producto final, como por ejemplo
en los casos del aceite de soja y
el azúcar. "Este etiquetado
-especifica la norma-, será
obligatorio para los productos que
contengan más de 0,9% de OGMs".
La Comisión Europea había
propuesto que fuera el 1%.
Se acordó también que
durante un período transitorio
de 3 años se permita un umbral
de hasta 0,5% de OGMs, no autorizados
en la Unión Europea, y sobre
los que hay un dictamen científico
favorable. Este índice es inferior
a la presencia accidental planteada
por la Unión Europea que es
del 1%.
Los ministros de Agricultura de los
países de la UE, apoyaron un
procedimiento mixto para la autorización
de OGMs, que consiste en que el operador
interesado deberá enviar la
solicitud a las autoridades nacionales
que a su vez remitirán la petición
a la Autoridad Alimentaria Europea
que efectuará un análisis
de riesgos y emitirá su opinión
de acuerdo a la cual la Comisión
Europea propondrá si se autoriza
o no.
Los OGMs en la agricultura argentina
Al comentar acerca de la temprana
adopción de los OGMs en el
país, los autores del libro
"Los transgénicos en la
agricultura argentina" hacen
referencia al hecho de que la intensificación
de la producción agropecuaria
en la década del ´90
constituye uno de los efectos positivos
de las reformas estructurales y las
reformas económicas implementadas
a comienzos de ese decenio. Esta expansión
de la producción trajo como
resultado un aumento del área
cultivada en detrimento de la ganadería,
con un ostensible avance de la tecnología.
Este proceso de incorporación
de nueva tecnología abarcó
tanto a la adquisición de bienes
de capital, fertilizantes y agroquímicos
como al cambio de particular trascendencia
en lo relacionado a los insumos genéticos,
es decir la introducción de
los cultivos transgénicos en
la agricultura nacional.
El primer cultivo transgénico
liberado a la comercialización
fue en 1996 la soja tolerante al herbicida
glifosato. Con posterioridad a esa
fecha, se han aprobado variedades
transgénicas de maíz
y algodón con tolerancia a
herbicidas y resistencia a insectos.
A partir de la liberación,
el ritmo de expansión de la
soja resistente al glifosato ha sido
muy relevante, inclusive superior
al registrado en los Estados Unidos,
que fue el primer país que
introdujo este tipo de cultivos. El
área sembrada con soja resistente
a herbicidas pasó del 1% en
la campaña 1996/97 al 90%,
alrededor de 9 millones de hectáreas,
en el ciclo agrícola 2000/2001.
La difusión del maíz
resistente a lepidópteros también
ha sido significativa, aunque muy
inferior al experimentado con la soja.
Después del tercer año
de experimentación, durante
la última campaña el
área sembrada apenas alcanzó
al 20%. El algodón Bt, por
su parte, ha encontrado una expansión
muy limitada, llegó al 7,5%,
8% del área sembrada.
El impacto ambiental
Desde el punto de vista del impacto
ambiental derivado del enorme incremento
de la producción agropecuaria
que experimentó el país
durante la última década,
un aspecto digno de considerar es
que este fenómeno se ha producido
de manera paralela a la difusión
de la práctica de la siembra
directa en los cultivos pampeanos.
Esta práctica ha pasado de
300.000 hectáreas en 1990 a
más de 9 millones en la campaña
2000/2001. La SD constituye uno de
los factores primordiales en la expansión
de la producción al permitir,
entre otras cosas, el incremento del
área cultivada con soja de
segunda, sembrada a continuación
de la cosecha de trigo, lo que en
la práctica representó
un aumento de 3 millones de hectáreas
de tierra cultivable.
¿Una exitosa conjunción?
La coordinación entre siembra
directa y soja resistente a herbicidas,
está basada en dos conceptos
tecnológicos. Por una parte,
nuevas tecnologías mecánicas
que modifican la interacción
del cultivo con el recurso suelo.
Por otro lado, abarca la posibilidad
de utilización de un herbicida
total, como es el glifosato, el cual
sería ambientalmente neutros
y con una alta efectividad para controlar
todo tipo de malezas (y además
no poseen poder residual). Ambos aspectos
desembocan en una mayor intensidad
en el uso de insumos. "Sin embargo,
esta intensificación es al
mismo tiempo "virtuosa",
porque ha conducido, en forma paralela,
a una dramática reducción
en el consumo de herbicidas de toxicidad
más alta", opinan los
autores de "Los transgénicos
en la agricultura argentina".
Antes de producirse esta gran expansión
de los transgénicos, la Argentina
poseía condiciones favorables
para la rápida adopción
de los OGMs. En el país existía
una industria de semillas, en tanto
que algunas instituciones públicas
ya contaban con una larga tradición
en la renovación de germoplasma.
Al mismo tiempo, el país ha
tomado decisiones significativas en
lo institucional, especialmente en
lo referido a regulaciones de bioseguridad.
Con estas condiciones favorables,
la Argentina se convirtió en
una excelente "plataforma de
aterrizaje" para la rápida
adopción de estos nuevos insumos
tecnológicos.
¿Por qué transgénicos?
La incorporación masiva de
la soja transgénica se explica
por la reducción en los costos
de producción, independientemente
del tamaño de la explotación,
y especialmente por la expansión
de la superficie cultivable. En contraste
con lo ocurrido con la soja, tolerante
al glifosato, el maíz y el
algodón Bt tienen un comportamiento
mucho menos dinámico. Además
de su liberación más
reciente, el Bt aparece para los productores
como una especie de seguro y su mayor
o menor rentabilidad depende del comportamiento
que tengan las plagas cada año.
También existen otras diferencias
entre lo ocurrido con la soja y el
maíz y algodón. En la
soja se da el hecho de que la adopción
de nuevas tecnologías haya
sido neutra al tamaño de las
explotaciones y de que hayan sido
equitativos los beneficios que recibieron
los proveedores de insumos en relación
con los beneficios que percibieron
los productores. En el caso del maíz
y el algodón, la evidencia
disponible no indica lo mismo. Aquí
no se trata tanto de las condiciones
particulares del país, sino
de resultados derivados de la propia
naturaleza de estas tecnologías
y de cómo se refleja esta circunstancia
en los comportamientos de los protagonistas
en el proceso de adopción de
estas tecnologías.
¿Qué pasará
en el futuro?
"La crisis por la que atraviesa
la Argentina hace muy difícil
analizar cualquier escenario futuro.
Las actuales condiciones del país
son muy diferentes al decenio previo",
analizan los autores del libro recientemente
editado. Los especialistas afirman,
sin embargo, que aún en el
contexto de la crisis que enfrenta
el país "hay factores
positivos que se mantienen y que deben
ser tenidos en cuenta para trazar
una estrategia en esta área".
Un análisis de la situación
indica que entre los próximos
cinco a diez años, habrá
un flujo de innovaciones que serán
más incrementables que radicales.
El proceso se va a caracterizar por
un constante aumento de especies incorporadas
y por una diversificación de
las fuentes de oferta de la nueva
tecnología con países
como China, transformándose
en proveedores importantes de nuevos
acontecimientos transgénicos.
El flujo innovativo futuro se hace
atractivo para la agricultura argentina.
Sin embargo, de acuerdo a criterios
sustentados por la mayoría
de los especialistas, existen variantes
como es el proceso innovativo que
proveniente del exterior refleja prioridades
y sesgos propios de esas economías,
las que seguramente son diferentes
a las de la Argentina. Esto sugiere
que el fortalecimiento de la investigación
biotecnológica en el país
debe mantenerse como una prioridad,
aún cuando se acepte que esto
puede no ser realista en las actuales
condiciones por las que atraviesa
nuestra economía. "En
el corto y mediano plazo -opinan-,
el tema invariablemente pasará
por mantener una clara percepción
de las características de la
idiosincracia de la agricultura argentina,
tratando de introducirlas en las negociaciones
vinculadas a la transferencia de tecnologías
y las inversiones en el sector".
Otros aspectos para tener en cuenta
son que, además de la ratificación
del Protocolo de Cartagena y de las
exigencias que tiene con sus miembros,
las legislaciones nacionales de un
número cada vez mayor de países
están incorporando más
cantidad de requerimientos de etiquetados
y trazabilidad para los OGMs, lo cual
permite anticipar que paulatinamente
se irán desarrollando mercados
diferenciados para los productos convencionales
y los transgénicos, proceso
que debería consolidarse aún
más a medida que comiencen
a entrar en los mercados los OGMs
de segunda y tercera generación.
"Lamentablemente el país
no está preparado para afrontar
los costos de estos procesos",
se afirma en el libro. Sólo
se conocen los datos emergentes de
los escasos estudios realizados en
otros países, pero no existe
ni en el sector público ni
el privado, información suficiente
que permita examinar cuáles
serían las implicancias económicas
derivadas de la segregación
de productos, tanto para el sector
primario como para la industria procesadora
de alimentos. Es indispensable avanzar
en la generación de esta información
y comenzar a movilizar las inversiones
requeridas para desarrollar los sistemas
logísticos que demandan las
nuevas condiciones del mercado.
Por último, el texto hace
hincapié en la necesidad de
generar una capacidad de seguimiento
y análisis de la cambiante
realidad nacional e internacional.
En este aspecto, entran en juego la
liberación de los OGMs en el
Brasil, la eventual modificación
de la moratoria de la Unión
Europea, el significativo papel que
tiene China y la India, "que
deberían ayudar a redefinir
la estrategia regional e internacional
que ha seguido la Argentina en estos
temas". Los autores agregan que
"ésta es una tarea permanente
que debería ser realizada de
manera sistemática, con el
apoyo no sólo de las organizaciones
internacionales, sino especialmente
con la ayuda y colaboración
de los sectores públicos y
privados argentinos".
12 de enero de 2003
Fuente:
PÁGINAS
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