En la Cumbre Mundial
del Desarrollo Sustentable, que acaba
de iniciarse en Johannesburgo, comenzaron
a plantearse los problemas de sobrevivencia
que afrontan grandes territorios del
planeta y que sólo podrían
resolverse con una acción consensuada
de las naciones, lo cual está
muy lejos de alcanzarse.
El desarrollo técnico
permitió que la humanidad alcanzara
metas inimaginables en calidad de
vida. El progreso ha beneficiado,
en primer lugar, a los países
más ricos y a los sectores
de mayores ingresos del resto, pero
también se ha extendido a grandes
capas de la población mundial.
Los avances técnicos contribuyeron
a abaratar los alimentos al tiempo
que el desarrollo de la medicina contribuyó
a la disminución de las tasas
de la mortalidad infantil y al aumento
de las expectativas de vida en casi
todo el planeta.
Esto no ha bastado,
sin embargo, para erradicar la pobreza
ni para garantizar condiciones de
vida aceptables para millones de personas
en el mundo. Más aún,
la aplicación no planificada
de los avances tecnológicos
ha producido efectos contradictorios.
Uno de ellos es que las mejoras sanitarias
y alimenticias reducen la mortalidad
infantil y derivan en un aumento de
presión demográfica,
y cuando esto sucede en una zona que
permanece en el atraso, quienes llegan
a adultos no cuentan con fuentes de
subsistencia.
Por otra parte,
la civilización industrial
basada en la utilización de
combustibles orgánicos y la
urbanización, está provocando
un creciente desbalance ecológico
que, de mantenerse, podría
afectar el clima y las posibilidades
de vida de buena parte del planeta.
Para eludir esta
perspectiva sería necesario
llevar a cabo transformaciones importantes,
entre las que pueden contarse el reemplazo
de combustibles para reducir las emisiones
de gases tóxicos, la creación
de fuentes de trabajo y de agricultura
sustentable en las zonas más
postergadas y la promoción
de cambios culturales que propendan
a un mejor balance demográfico.
El desarrollo del
conocimiento y de la técnica
permiten conocer la naturaleza de
los problemas y disponer instrumentos
para corregirlos. Por ejemplo, desde
hace años se desarrollan, en
laboratorios individuales o en los
de grandes corporaciones, motores
que no utilizan combustibles fósiles
o que lo hacen en menor proporción
que los actuales.
En muchos programas
el costo económico tampoco
debería ser un obstáculo
porque los fondos necesarios son reducidos
en relación al ingreso de los
países ricos.
Pero, para avanzar
en una agenda de preservación
planetaria hay que lograr, en primer
lugar, un consenso entre los países
y fundamentalmente entre los que más
influencia tienen en el daño
ecológico y más recursos
disponen para corregirlo. Esto está
lejos de cumplirse, en especial por
la reticencia de los Estados Unidos
a aceptar acuerdos internacionales
como el de reducción de emisiones
tóxicas firmado en Kyoto, o
por la negativa de los países
ricos a cumplir con las recomendaciones
de las Naciones Unidas sobre los montos
de ayuda hacia la periferia.
Otro requisito es
que los gobiernos de los países
pobres hagan sus propios esfuerzos
en materia de preservación
ambiental y que administren adecuadamente
la ayuda externa, ya que las prácticas
de corrupción no sólo
desvían dinero de su destino
específico sino que ofrecen
argumentos a quienes se oponen a prestar
asistencia.
La cumbre de Johannesburgo
se inició, por estos motivos,
sin muchas expectativas, pero, aun
así, contribuirá a difundir
la conciencia sobre la necesidad de
cambios para preservar el futuro.
Fuente: Diario Clarín
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