Los
bosques desempeñan
un rol fundamental en la
protección y evolución
de los suelos. Además
constituyen un importante
factor de control climático.
A través
de los siglos se han acumulado pruebas
de que la intervención humana
puede producir innumerables daños
en la tierra, el agua y el aire.
Una de las formas
que asume esa intervención,
la deforestación, ha afectado
seriamente a los bosques del planeta.
Hace unos 10.000 años -es decir,
antes del comienzo de la agricultura-
ese tipo de bioma se extendía
sobre unos 4.200 millones de hectáreas,
las dos terceras partes de la superficie
terrestre. Hoy, en extensas regiones
de Asia, Europa y América del
Norte los bosques naturales han desaparecido,
y la deforestación amenaza
al más extenso de los que quedan,
la selva amazónica.
La deforestación,
que consiste en la destrucción
de bosques por tala o quemado, va
acompañada por el progreso
tecnológico, que a su vez plantea
nuevos y más graves problemas.
El fuego y la necesidad
de habilitar tierras para la agricultura
y el pastoreo arrasan con grandes
espacios forestales, pero en el largo
plazo los suelos resultan erosionados
y empobrecidos por la ausencia de
vegetación natural protectora
del medio.
En América
había grandes extensiones boscosas
a la llegada de los españoles.
La acción de tecnologías
cada vez más destructivas,
hizo que en la actualidad sólo
una pequeña parte del territorio
esté cubierta por bosques.
El resto fue talado para obtener leña
y maderas de construcción y
para la fabricación de muebles,
o lisa y llanamente quemado para desmontar
tierras que pudieran ser empleadas
en la producción agrícola.
De ese modo, poblaciones completas
de ciertas especies se redujeron considerablemente.
Otros árboles
sirvieron como combustible en hornos
de fundición de minerales.
Los quebrachales del chaco fueron
destruidos para aprovechar el tanino,
sustancia empleada en el curtido de
cueros. A comienzos del siglo XX la
zona sur de esta región comenzó
a cambiar su fisonomía boscosa,
para convertirse en una tierra yerma
y despoblada.
En estos tiempos,
el peligro más serio es el
que amenaza a la Amazonia. Esta región
selvática, bañada por
el río Amazonas y sus afluentes,
cuenta con una cuenca de más
de siete millones de km2, en territorios
de Brasil, Perú, Bolivia, Colombia,
Ecuador y las Guayanas.
Desde la irrupción
de los colonizadores europeos hasta
1970 había sido deforestado
el 0,5% de la selva amazónica;
desde ese año hasta 1991 se
llegó al 10% (unos 700.000
km2). Las tierras se destinan, en
general, a la explotación agropecuaria
o la búsqueda de petróleo
y la extracción de minerales,
y la futura construcción de
la gran carretera transamazónica,
de 3.000 km. de longitud. Está
previsto que para el año 2020
habrán sido levantadas 78 represas,
que inundarán 100.000 km2 de
territorio.
En este verdadero
pulmón del planeta conviven
80.000 especies vegetales; 30.000
animales: el 50% de la biodiversidad
(número de especies que habitan
en una determinada región)
de que dispone la Tierra. Muchas de
esas formas de vida corren ahora serios
peligros, por la creciente destrucción
de sus hábitats.
Los
destinos que se le da a
la madera extraida de un
bosque son innumerables:
desde su uso como leña
hasta barcazas, pipas o
instrumentos musicales que,
para su fabricación,
requieren especies determinadas.
La deforestación
crea nuevos desiertos
La presencia del
bosque determina un intercambio constante
de dióxido de carbono y oxígeno
entre los organismos vivos y la atmósfera.
Las plantas consumen el dióxido
de carbono y liberan oxígeno;
cuando mueren, ocurre lo contrario.
La desaparición
de bosques, por otra parte, afecta
el ciclo del agua, necesario factor
de equilibrio del clima y los cambios
atmosféricos.
La deforestación
modifica los procesos de evaporación
y el régimen de lluvias, con
cambios climáticos inmediatos
que repercuten sobre las posibilidades
de supervivencia de gran cantidad
de especies, en apariencia no afectadas
en forma directa.
La quema anual de
13.500 km2 de bosque tropical, para
transformar el terreno en áreas
de cultivo o pastoreo, lleva a la
desertización. Se llama así
al proceso por el cual un territorio
que no tenía las características
climáticas de los desiertos
naturales termina por adquirirlas,
a causa de la destrucción de
su cubierta vegetal y de la erosión.
Como consecuencia
de ello los suelos se empobrecen y
las partículas más pequeñas
se vuelan por el viento, o bien escurren
con las lluvias.
El suelo fértil y productivo,
que necesita cientos de años
para formarse, es también inestable.
Para mantener la
cohesión y firmeza de sus partículas,
requiere de las plantas y especialmente
de sus raíces. Y si las plantas
son taladas, la erosión debida
al agua y al viento deja pronto al
descubierto la roca viva que, sólo
tras el paso de muchísimos
años, podrá volver a
ser aprovechada por los vegetales.
En suma, tanto la
agricultura como los caminos, las
represas y los asentamientos humanos
son necesarios; y en territorios nuevos,
no pueden hacerse sin deforestar.
Pero la eliminación de especies
arbóreas no debe exceder ciertos
límites; si no existen planes
de reforestación racionales,
esa intervención sobre el ecosistema
tendrá consecuencias gravísimas
para la cadena alimentaría
y para la vida misma.
Los
viveros especializados proveen
de pequeños árboles
tanto a a la actividad forestal
como a las áreas de forestación
que los gobiernos establecen para
evitar la desa-parición
de los bosques.
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