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Impacto ambiental de los cultivos transgénicos

El estudio del impacto ambiental de cultivos transgénicos es complejo y debe ser realizado como paso previo a la liberación al ambiente de organismos genéticamente modificados.

La creación de los cultivos transgénicos y su uso cada vez más generalizado ha originado considerable preocupación por el impacto que esta tecnología podría tener sobre la salud humana y el ambiente. Todavía es muy limitada la información que llega al público acerca de los cultivos genéticamente modificados (GM) y de las consecuencias de su utilización sobre otros organismos.

Afortunadamente, es cada vez mayor la evidencia científica que demuestra que los alimentos derivados de cultivos GM son tan adecuados para consumidores humanos y animales como los obtenidos por las prácticas tradicionales de mejoramiento genético. La mayor inquietud originada por el uso de los organismos genéticamente modificados (OGM) parece ser actualmente el probable impacto ambiental que eso traería aparejado.

En la última década la Argentina ha asumido un papel de liderazgo en la producción de cultivos GM en América Latina. Aunque la política en esta materia no ha sido sostenida, la superficie cultivada con variedades transgénicas de soja, maíz y algodón aumentó rápidamente desde 1998 y las solicitudes de ensayos de cultivos GM comprendieron una variedad de especies (ver tabla 1). La evaluación de impacto ambiental debería acompañar cualquier ensayo de nuevas tecnologías, pero es especialmente importante en los relacionados con biotecnología agrícola. La Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA) creada en 1991 y dependiente de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación (SAGPyA) se encarga de regular la introducción y liberación al ambiente de organismos transgénicos. La mayoría son cultivos; en unos pocos casos se trata de vacunas de uso veterinario. La normativa está basada en las características del OGM y en los riesgos que podrían derivar de su utilización. Presta especial atención a los aspectos que hacen al ambiente, la producción agropecuaria y la salud pública. El permiso de ensayo de OGM a campo o en condiciones controladas de invernáculo y laboratorio tiene en cuenta las características del organismo, las del sitio donde se realiza y las condiciones del ensayo. El control posterior está a cargo del ex Instituto Nacional de Semillas (INASE) y del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).

--
1991-1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
Total
Maíz
18
18
23
41
40
44
22
23
229
Girasol
2
--
2
17
24
18
7
4
74
Soja
8
9
6
7
12
10
15
10
77
Algodón  
5
4
7
4
5
9
8
48
Papa
--
1
1
2
3
1
4
3
15
Trigo
1
1
2
1
2
1
3
3
14
Alfalfa
--
--
--
1
4
--
1
8
14
Colza
5
2
1
1
--
--
--
--
9
Tabaco
--
--
--
--
--
--
2
2
4
Tomate
1
--
--
1
--
--
2
--
4
Arroz
--
--
--
--
1
2
--
--
3
Remolacha
Azucarera
--
--
--
--
1
2
--
--
3
Frutilla
--
--
--
--
--
--
--
1
1
Total
42
36
39
78
90
81
65
62
493
Ensayos a
campo
37
32
38
67
71
77
60
55
437
Tabla 1: Solicitudes de liberación de emsaups de OGM aprobadas por CONABIA, discriminadas por año y por cultivo, en la última década en la Argentina. Casi el 89 por ciento fueron ensayos a campo y el resto en invernáculos o laboratorio

Formas de impacto ambiental

El impacto ambiental puede adoptar distintas formas. Sin duda, la mayor perturbación de los ecosistemas proviene de la actividad agrícola, que ha ocupado extensas superficies con cultivos en todo el mundo, destruyendo la flora natural, modificando el suelo y desbaratando toda forma de vida autóctona. Otras actividades humanas, como la caza no autorizada y la urbanización, reducen asimismo la biodiversidad. Pero también hay causas naturales de impacto, como el intercambio de genes entre las especies vegetales domesticadas y sus parientes silvestres, a través del polen. Todas esas formas de impacto ambiental pueden alterarse, como consecuencia del uso de biotecnología agrícola.

Destino de la producción mundial de los principales cultivos. Casi el 40 por ciento se pierde debido al ataque de insectos y enfermedades y a la competencia de malezas.

Aumento de la superficie agrícola

Actualmente, la superficie agrícola mundial dedicada a la siembra de especies de valor alimenticio o industrial -trigo, maíz, arroz, soja, cebada, girasol, algodón y muchas otras- ha llegado virtualmente a un máximo y no sería posible aumentarla sin comprometer seriamente el equilibrio ecológico. La destrucción indiscriminada de bosques y selvas tiene un impacto negativo sobre el clima y la preocupación sobre el cambio global del ambiente crece incesantemente. Los rendimientos de los cultivos también han ido aumentando progresivamente hasta un máximo, impuesto por sus propias bases genéticas y las condiciones agroecológicas de cultivo en las distintas regiones mundiales. Es improbable que a través de las técnicas tradicionales de mejoramiento genético se logre un aumento significativo de la producción en los próximos años. Por otra parte, los insectos, enfermedades causadas por hongos, virus o bacterias y la competencia ejercida por malezas destruyen cerca del 40 por ciento de la producción mundial Las pérdidas por estas causas afectan principalmente las producciones agrícolas de los países en desarrollo, ya que disponen de menor tecnología para su control que los países industriales. En este escenario, la biotecnología agrícola ofreció una solución a través de la creación de variedades vegetales GM con tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos o a enfermedades causadas por bacterias, hongos y virus. Esto permitió un incremento de la producción por hectárea sin un aumento significativo de la superficie arable, mientras que la modificación genética no tuvo efecto sustancial sobre otras características de la planta que determinan el rendimiento.

Es comprensible que la adopción de biotecnología agrícola fuera muy rápida y movilizara grandes intereses económicos. En nuestro país, el primer ensayo con soja GM fue autorizado en 1991, sobre una superficie de 400m2. En la campaña agrícola de 1997/98 el cultivo comercial de soja transgénica comprendió el 20 por ciento del área total cultivada, ascendiendo al 72 por ciento (5,5 millones de ha) al año siguiente y cerca del 90 por ciento (8,6 millones de ha) en 1999/2000. Se estima que en la última campaña, un 95 a 98 por ciento de los 11,5 millones de ha sembradas lo fueron con variedades GM, principalmente soja RR, a la que se le ha introducido un gen bacteriano que confiere resistencia al herbicida glifosato. El impacto ambiental derivado de la adopción de esta tecnología no tuvo precedentes en la Argentina, en lo que se refiere a manejo del suelo y uso de agroquímicos.

El paquete tecnológico siembra directa

Las variedades GM de soja disminuyeron los costos de producción debido a la simplificación de las tareas de labranza y reducción del uso de agroquímicos, mediante la práctica conocida como siembra directa. Nuestro país presenta condiciones especialmente favorables para la siembra directa debido a las estaciones de crecimiento relativamente largas que predominan en la mayor parte de la región productora de granos. Desde el inicio de la agricultura se buscó un cultivo que pudiera sembrarse en la misma estación, luego de cosechar el trigo. Mijo, sorgo y girasol fueron ensayados sin éxito, hasta que con la expansión de la soja, en la década de 1970, se logró el objetivo. Esta modalidad, denominada "siembra de segunda", debe ser realizada lo más temprano posible, para aprovechar al máximo las temperaturas del otoño durante el llenado de los granos. El laboreo convencional, que deseca el suelo y requiere varios días de trabajo fue rápidamente reemplazado por la siembra directa, que puede realizarse inmediatamente de cosechado el cereal. Consiste en el laboreo de una angosta franja del suelo a escasa profundidad, donde se deposita la semilla con sembradoras especiales.

Las malezas presentes al momento de la siembra se controlan con herbicidas totales, pero las que emergerán en las primeras etapas del cultivo deben ser controladas con herbicidas de efecto residual. Las dificultades de control de las malezas en soja de segunda fueron muchas hasta el advenimiento de la soja RR. Antes de ello, se requería un verdadero "arsenal" de herbicidas con suficiente estabilidad y residualidad como para trabajar en suelos cubiertos por rastrojos de trigo. El herbicida glifosato es rápidamente degradado en los suelos dedicados al cultivo de soja RR, mientras que los utilizados en soja tradicional conservan mayor vida media en el suelo.

Frente a la agricultura tradicional, la siembra directa ha mejorado la actividad de la microflora y microfauna (especialmente, lombrices) del suelo, el contenido de materia orgánica superficial, la porosidad, tasa de infiltración, retención de agua y nutrientes y ha disminuido ostensiblemente los riesgos de erosión hídrica y eólica. Esta técnica también ha permitido incorporar a la agricultura extensas regiones con dificultades de laboreo como los suelos extremadamente pesados del centro de Entre Ríos o los sensiblemente erosionables del sudeste de San Luis. En la Argentina, donde dos tercios del territorio corresponden a regiones áridas y semiáridas, las prácticas agrícolas conservacionistas que reducen la erosión del suelo y la pérdida de la fertilidad son casi una obligación moral hacia las generaciones futuras. Sin embargo, el verdadero impulso de la siembra directa estuvo dado por la combinación de simplicidad de manejo del sistema, mayor oportunidad de laboreo, menor demanda de mano de obra y abaratamiento de los costos en general.

Figura 2. Girasol silvestre (Helianthus annuus ssp. annuus) en cercanías de la ciudad de Río Cuarto, Córdoba.

La transformación genética que determina la resistencia a herbicidas en los cultivos permitió un control de malezas con menor impacto en el ambiente. No obstante, el abuso de herbicidas totales en banquinas y caminos vecinales ha determinado una drástica reducción de malezas y plantas nativas. Esas comunidades son reservas de especies adaptadas, de posible utilidad futura y refugio de fauna benéfica que participa en el control biológico de plagas. Esta situación remite a uno de los impactos ambientales más temidos, la reducción de la biodiversidad. El Estado debería velar por la existencia de "corredores" de vegetación espontánea que posibiliten la supervivencia de especies actual y potencialmente benéficas antes de que se pierdan definitivamente como patrimonio de nuestra biodiversidad.

Mónica Poverene y Miguel Cantamutto
Departamento de Agronomía de la Universidad Nacional del Sur.

24 de julio de 2003

Fuente: Argenpress.info

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