En los últimos
tiempos, la naturaleza ha desplegado
sus formidables fuerzas de manera
aterradora. Mientras la dirigencia
mundial se reúne en Johannesburgo
para debatir las amenazas ambientales
de alcance global, muchas partes del
planeta sufren el azote de inundaciones,
sequías, pérdida de
cosechas, incendios forestales masivos
y hasta nuevas enfermedades. La relación
entre el hombre y la naturaleza es
una cuestión tan vieja como
nuestra especie, pero esa relación
viene experimentando cambios complejos.
El resultado más importante
de la cumbre de Johannesburgo debería
ser el reconocimiento de que hacen
falta más investigaciones científicas
y una cooperación global mucho
mayor.
Las inundaciones y las sequías
son calamidades antiquísimas,
pero su frecuencia, magnitud e impacto
económico han aumentado en
años recientes. En los 90,
los pagos de seguros por desastres
naturales alcanzaron niveles sin precedentes,
lo que revela una intensificación
de los costos sociales de los cataclismos
ecológicos. La brutal corriente
El Niño de 1997-1998 y otras
conmociones climáticas similares
desempeñaron un papel capital
en los recientes trastornos económicos.
En 1997-1998, Indonesia, Ecuador y
otros países sucumbieron a
crisis financieras vinculadas en parte
con las crisis agrícolas que
había causado El Niño.
Hasta cierto punto, el efecto climático
(cada vez mayor) obedece pura y exclusivamente
a la proliferación de la especie
humana. En 1800 éramos unos
900 millones. Hoy, en gran medida
por obra de los éxitos tecnológicos
de los últimos dos siglos,
superamos los 6000 millones y nos
apiñamos en puntos vulnerables
distribuidos por todo el mundo.
Cambios a escala
global
De este número,
más de 2000 millones residen
a menos de cien kilómetros
de una costa. Por tanto, son vulnerables
a las tormentas oceánicas,
las inundaciones y el ascenso del
nivel del mar por calentamiento global.
Otros cientos de millones viven en
hábitat frágiles: laderas
escarpadas, zonas semidesérticas
o regiones de lluvias, donde las cosechas
suelen perderse cuando no llueve.
Además, el hombre está
modificando el ambiente por todas
partes, con lo cual a menudo hace
más vulnerables a las sociedades.
Esto se da especialmente en los países
empobrecidos. En las áreas
rurales de Africa, la creciente densidad
demográfica y la consiguiente
intensificación de la agricultura
están llevando a un agotamiento
masivo del suelo. Cuando hay sequía
en el Africa meridional, como sucedió
este año, decenas de millones
de familias campesinas empobrecidas
luchan por sobrevivir.
La pobreza africana coadyuvó
a la propagación desenfrenada
del sida. De ahí el efecto
devastador de los trastornos climáticos
graves combinados con las epidemias.
En el sur de Africa, millones de huérfanos
del sida conviven con abuelos demasiado
viejos y débiles para producir
u obtener alimentos. La aparición
de El Niño torna probable la
prolongación de la sequía
en 2003.
El rasgo más notable de estos
cambios es que no se limitan a un
entorno local. Por primera vez en
la historia humana, nuestra sociedad
está socavando el medio ambiente
en una escala global por medio de
los cambios climáticos, la
extinción de especies y la
degradación de los ecosistemas.
El calentamiento global es obra del
hombre. Su causa principal es el consumo
de combustibles fósiles en
los países ricos y es muy posible
que influya en la frecuencia y gravedad
de las grandes sequías, inundaciones
y tormentas tropicales. La frecuencia
e intensidad del ciclo de El Niño
en el último cuarto de siglo
también podría ser una
consecuencia de dicho calentamiento.
Al parecer, las fuertes inundaciones
que padeció China en años
recientes habrían contado entre
sus causas el derretimiento excesivo
de la nieve en las montañas
de la altiplanicie tibetana, provocado,
a su vez, por las mayores temperaturas.
Estos riesgos ambientales, además
de ir en aumento, son complejos. Los
efectos del cambio pueden tardar muchos
años en manifestarse, hacerse
sentir en forma parcial en todo el
planeta o bien actuar de manera indirecta.
Por ejemplo, los cambios en el uso
del suelo pueden expandir la propagación
de enfermedades infecciosas al modificar
la mezcla de especies o los modos
de interacción entre los animales
y el hombre.
Ineptitud de
la dirigencia
La ineptitud de
los políticos para manejar
estos problemas hace que los riesgos
ambientales sigan en aumento, sin
que se efectúen los cambios
adecuados en las políticas
públicas. Cuando ocurren desastres
tales como las sequías e inundaciones
de este año, no podemos responsabilizar
a los políticos actuales por
los errores cometidos a lo largo de
muchas décadas.
La cumbre de Johannesburgo puede atraer
la atención mundial hacia estos
problemas urgentes. Aun cuando produjese
pocos resultados específicos,
podría servir de algo si los
participantes se plantearan estas
tres exigencias:
Debemos insistir en que los políticos
del mundo admitan las abrumadoras
pruebas científicas de los
graves peligros ambientales que afronta
la humanidad.
Debemos exhortar a estos dirigentes
a invertir más fondos públicos
en la investigación básica
del medio ambiente y el desarrollo
de nuevas tecnologías para
encarar los riesgos ambientales. Por
ejemplo, es de vital importancia invertir
en el estudio de sistemas energéticos
alternativos capaces de limitar el
calentamiento global.
Debemos reiterar el pedido de que
nuestros políticos acuerden
una mayor cooperación ambiental
internacional. De lo contrario, las
políticas nacionales, descuidadas
y miopes, acabarán por destruir
el ecosistema mundial.
Jeffrey D. Sachs para
La Nación
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