Gerta Keller, una
paleontóloga de la Princeton
University, ha obtenido nuevas evidencias
que permiten suponer que la historia
de la desaparición de los dinosaurios
es más complicada de lo que
parece a simple vista.
Keller y otros científicos
creen que no podemos darle la culpa
a un único suceso cósmico,
en este caso el impacto de un gran
asteroide, hace 65 millones de años,
para justificar la extinción
de los dinosaurios y muchas otras
especies vivas, sino que la respuesta
debe encontrarse en una secuencia
más compleja, como un intenso
periodo de erupciones volcánicas
y una serie de impactos de asteroides
más o menos grandes que habrían
llevado al ecosistema mundial al borde
del colapso.
Muy probablemente, un asteroide o
cometa chocó contra la Tierra
en el momento de la desaparición
de los dinosaurios, pero también
es muy posible que fuera la gota que
colmara el vaso, y no la única
causa.
Keller también opina que ese
impacto definitivo no es el que la
mayoría de científicos
creen. Durante más de una década,
la teoría predominante se ha
centrado en un cráter de impacto
situado en la península del
Yucatán, México, el
llamado cráter de Chicxulub.
Pero Keller ha acumulado evidencias
que sugieren que la aparición
de este cráter no coincidiría
exactamente con el supuesto momento
del paso del Cretácico al Terciario
(el de la desaparición de los
dinosaurios, también llamado
frontera K/T), sino que, además
de ser un cráter más
pequeño de lo que se creía,
habría ocurrido 300.000 años
antes de la extinción masiva.
Es posible que el impacto definitivo
chocara en otro lugar y aún
no ha sido descubierto.
Sus opiniones no han hecho a Keller
precisamente popular en las reuniones
de científicos, ya que circulan
contracorriente. Revivir la teoría
del vulcanismo, que era la predominante
antes de que se fomentara la del impacto,
podría influir en la forma
que tienen los investigadores de pensar
en los muchos episodios de calentamiento
por efecto invernadero por los que
ha pasado nuestro planeta en el pasado,
ya que la mayoría fueron causados
por erupciones volcánicas.
Además, si se reducen las
estimaciones sobre el daño
que puede causar un solo asteroide,
podrían variarse la estrategia
actual de seguimiento y catalogación
de objetos que podrían impactar
contra nosotros en el futuro, y el
desarrollo de técnicas de desviación
o destrucción de tales cuerpos.
Keller ha obtenido sus pruebas estudiando
organismos unicelulares llamados foraminíferos,
que habitaban los océanos y
evolucionaron rápidamente a
través de los períodos
geológicos. Algunas especies
existen sólo durante un par
de cientos de miles de años
antes de ser reemplazadas por otras,
de manera que los fósiles de
estas especies de tan corta vida constituyen
una magnífica senda cronológica
alrededor de la cual se pueden datar
muchas estructuras geológicas.
En sus viajes a México y otras
partes del mundo, Keller ha visto
que ciertas poblaciones de foraminíferos
anteriores al borde K/T (la extinción)
vivieron sobre la capa de rocas fundidas
que llovieron debido al impacto del
asteroide, de manera que sus fósiles
demuestran que este último
se habría producido 300.000
años antes de la extinción
masiva.
Sus estudios sobre el cráter
Chicxulub, además, sugieren
que tiene sólo 120 km de diámetro,
y no 180 a 300 km, como se estimaba
hasta ahora. Tanto Keller como sus
colegas están ahora estudiando
los efectos de erupciones volcánicas
muy poderosas que habrían empezado
más de medio millón
de años antes de la frontera
K/T, y que causaron un período
de calentamiento global. Los resultados
indican que es difícil distinguir
entre los efectos producidos por este
vulcanismo sobre las especies vivas,
y los ocasionados por los impactos.
7 de octubre de de
2003
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