Lo que está
en disputa con los transgénicos
en la sociedad brasileña es
mucho más que la liberación
de una semilla de soja.
La sociedad brasileña tendrá
que decidir en los próximos
años quien va a controlar la
producción de alimentos en
el país: si una agricultura
nacional basada en plantaciones agrícolas
de pequeño y mediano tamaño
o en grandes unidades productivas
y grandes latifundios bajo control
tecnológico, industrial y comercial
de pocas grandes empresas transnacionales.
La liberación de transgénicos
patentados por estas multinacionales
se inclina hacia el segundo modelo.
En el caso de que este modelo se
imponga, aumentará la miseria
en el campo y el éxodo rural;
aumentará la concentración
del capital, tierra y renta; la dependencia
tecnológica del país
será aún mayor; aumentará
el desempleo y el caos urbano; habrá
una mayor monopolización del
mercado de alimentos. Todos los males
del modelo neoliberal que tanto ha
desangrado al pueblo brasileño
se profundizarán aún
más, como ya sucedió
con la agricultura de Argentina en
los últimos cinco años.
Fue justamente contra esto que la
izquierda luchó y dio lo mejor
de su militancia en los últimos
años. El Partido de los Trabajadores
(PT), que se transformó en
el gran desaguadero de los sueños
de la izquierda, no puede, en el gobierno,
bajo los primeros soplos de la presión
de las transnacionales de los transgénicos,
ceder en cuestiones estratégicas.
Y vean la ironía de la contradicción.
El gobierno, apretado por el hecho
consumado que se creó para
imponer los transgénicos sin
ningún control en territorio
brasileño, cede. El gobierno
podría, por lo menos, apretar
a las industrias de alimentos y obligarlas
a que señalen tal particular
en las etiquetas, y no lo hace.
Comportándose así el
gobierno del PT contribuyó
a una derrota política de la
propia base petista -movimientos sociales
del campo, ambientalistas, consumidores,
agricultores orgánicos y agroecológicos-
mientras deja correr suelto al gran
capital que interviene en todas las
fases de la cadena agrícola
y alimentaria.
El mundo está entrando en
una nueva frontera de la ciencia,
con la posibilidad de transferir en
el laboratorio material genético
entre especies diferentes. Brasil
también está decidiendo
a través de cual puerta va
a entrar en esta nueva fase de desarrollo
científico y tecnológico,
llena de posibilidades pero cargada
de riesgos. Y con tecnologías
de riesgo manipulando seres vivos,
lo que se precisa es un control público
fuerte, reglas rígidas de bioseguridad
y aplicación estricta del principio
de precaución. No se trata
de negar a la ciencia y sus posibilidades,
sino de discutir y controlar democráticamente
sus aplicaciones, especialmente cuando
sus productos van a parar en la mesa
de millones de personas.
Brasil puede estar entrando en esta
nueva frontera de la ciencia por la
peor puerta: la puerta del contrabando
de semillas y herbicidas, del hecho
consumado, del descontrol público,
de la afrenta a decisiones judiciales,
de la sumisión a los intereses
de las transnacionales, de la negación
de los derechos del consumidor, del
descuido con la salud pública,
del irrespeto al medio ambiente, de
la falta de investigaciones sobre
bioseguridad y de la negativa de la
empresa Monsanto a someter su producto
a una evaluación independiente.
Por eso que la Medida Provisoria
del Gobierno Federal es desastrosa.
Pero no es el fin.
Europa también liberó
los transgénicos a inicios
de la década de los 90, pero
los agricultores orgánicos
y los consumidores los derrotaron
a lo largo de 10 años de luchas
y hoy están prácticamente
proscritos de las mesas de los europeos.
Un empuje de ciudadanía va
a evitar que se instalen en Brasil
este modelo tecnológico y este
alimento sin calidad. No hay nada
más moderno que la calidad
de vida -que comienza por la mesa-
y el respeto a la naturaleza, pues
es de ella que vienen todas nuestras
energías vitales.
6 de octubre de 2003
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