En esa disyuntiva
se encuentra la mayoría de
los participantes en esta gigantesca
cumbre que se celebra en Johannesburgo.
El pesimismo de muchos es fundado.
Hace diez años, en la Cumbre
de la Tierra celebrada en Río
de Janeiro, se aprobó la Agenda
21, en la que los Gobiernos de los
países participantes se comprometieron
a emprender actividades para rescatar
nuestro planeta. Sin embargo, muy
pocos de esos compromisos se llevaron
a la práctica. Según
ciertos agoreros, los cuatro jinetes
del apocalipsis - pestilencia, hambre,
muerte y guerra - no sólo siguen
marchando sino que están galopando.
Los Gobiernos autorizan
a las multinacionales a explotar descarnadamente
las selvas y los bosques, que son
los pulmones del mundo. Los árboles
son arrasados en beneficio de unos
pocos, lo que constituye un atentado
al aire que respiramos. Además,
los pequeños campesinos se
encuentran a merced del mercado mundial,
y son forzados a una agricultura intensiva
muy distante de la sostenibilidad
tradicional.
El uso de agrotóxicos
se ha hecho corriente, con lo que
se aumenta la contaminación
del aire; la tierra y el agua con
productos químicos, muchos
de los cuales son cancerígenos.
Las compañías patentan
variedades transgénicas de
los principales cultivos alimenticios,
como arroz, maíz, trigo, sorgo
y soja. Por consecuencia, ahora los
campesinos deben pagar por las semillas
que durante siglos cultivaron libremente.
Otra razón
para el pesimismo respecto a los resultados
de la cumbre es la actitud de Estados
Unidos, especialmente después
de los atentados del 11 de septiembre.
Los principales consumidores de los
recursos mundiales no muestran interés
en el bienestar general del planeta,
que monopolizan, a fin de mantener
su propio estilo de vida.
En términos
más específicos, reina
pesimismo por los pocos resultados
alcanzados en las reuniones preparatorias.
Sin embargo, muchos mantienen su optimismo.
En un encuentro informal celebrado
el pasado fin de semana, se lograron
avances sustantivos. Las nutridas
delegaciones de 189 países
y la aguardada presencia, para la
semana entrante, de más de
cien jefes de Estado y Gobierno indican
claramente que el tema del desarrollo
sostenible ocupa un lugar importante
en la agenda de las naciones.
Catástrofes
supuestamente naturales como el huracán
Mitch, las recientes inundaciones
en Europa, Asia y Estados Unidos;
las severas sequías en Centroamérica
y África, accidentes nucleares
y químicos y la polución
de las quemas de bosques, son situaciones
percibidas por casi todos como una
amenaza para el futuro de la humanidad.
Por otra parte,
las crisis económicas que afectan
a numerosas naciones, uno de cuyos
ejemplos más destacados es
Argentina, un país potencialmente
rico, también son una clara
señal que el sistema económico
imperante no es sostenible.
Puesto que la necesidad
tiene cara de hereje, hay quienes
aguardan con optimismo los resultados
de la cumbre. El mundo puede existir
sin la presencia humana, pero los
humanos necesitamos de la Tierra.
Si la seguimos provocando con nuestra
manera insostenible de vivir, nos
sacudirá como a un insecto
molesto y seguirá su vida girando
alrededor del sol.
Por ello es necesario
entrar urgentemente en acción.
Esta cumbre es la última oportunidad
para hablar. Pero las palabras deben
conducir a un plan de acción
concreto, vinculante y con sanciones
para los transgresores. Sólo
si se llega a ese resultado, la cumbre
habrá tenido sentido. En caso
contrario, habrá sido mero
turismo ecológico por parte
de los miles de participantes.
31 de agosto de 2002
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