Las cifras difundidas
en la II Cumbre sobre Desarrollo Sustentable
de Johannesburgo sobre la escasez
de agua potable y sus consecuencias
un quinto de la población
mundial sin acceso a dicho recurso,
2.400 millones en pésimas condiciones
sanitarias definen los contornos
de una de las explosivas bombas de
tiempo sobre las que descansa la humanidad.
Las guerras por el agua son una de
sus manifestaciones.
Durante los primeros
años de la posGuerra Fría
existió una visión dominante
según la cual las cuestiones
militares y geopolíticas de
la agenda internacional, llamadas
de "alta política",
cederían su primacía
a las cuestiones económicas
y sociales, denominadas de "baja
política".
De tal modo, se
entendía que un orden internacional
liberado del terror nuclear y el enfrentamiento
entre superpotencias daría
paso a un más extendido multilateralismo,
las guerras periféricas entre
Estados serían desplazadas
por las más pacíficas
"guerras comerciales" por
la conquista de mercados y por los
procesos de integración regional.
Las disputas por soberanías
territoriales quedarían superadas
por una concepción más
amplia de la seguridad.
Fue en ese contexto
que se desarrolló la primera
cumbre mundial sobre medio ambiente,
Río 92, que relevó la
crisis del agua como una de las principales
preocupaciones sobre el deterioro
ecológico y su impacto social.
Una década más tarde,
la crisis del agua empieza a tratarse
de manera dramática, dentro
de otro contexto dominado por una
renovada preocupación por la
seguridad internacional, así
como por activas demostraciones de
unilateralismo por parte de los Estados
Unidos.
Asimismo, el debilitamiento
de los estados nacionales en sus funciones
básicas, repercute de manera
directa sobre sectores de la sociedad
que no tienen acceso a uno de los
servicios más esenciales, la
provisión de agua potable.
De tal modo, las disputas por los
recursos naturales no renovables vuelven
a un primer plano como una cuestión
geopolítica y estratégica
que afecta a las sociedades, ricas
y pobres, e incide sobre la vida interna
de los países y los equilibrios
regionales.
Sin la imposición
de una política mundial de
bloques contrapuestos, la preservación
y el aprovechamiento racional de recursos
naturales vitales como el agua continúa
a la espera de un "paraguas de
protección global", y
de un compromiso internacional sobre
el mismo, sustraído de las
disputas de poder locales, regionales
y mundiales.
Fuente: Diario Clarín
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