Si se tratara de
elegir una sola palabra que todos
los participantes de la Cumbre Mundial
sobre Desarrollo Sostenible, que concluye
hoy en Johannesburgo, debieran tener
a flor de labios, un concepto que
encarnase todo lo que las Naciones
Unidas pretenden lograr, esa palabra,
ese concepto sería "responsabilidad",
la responsabilidad que tiene cada
ser humano hacia los demás,
como hermanos dentro de la familia
humana, la responsabilidad hacia nuestro
planeta cuya prosperidad es la base
misma del progreso humano, y por encima
de todo, responsabilidad hacia la
seguridad futura y el bienestar de
las generaciones venideras.
Durante más de dos siglos,
desde que la Revolución Industrial
generó avances notorios en
los niveles de vida de una envergadura
tal que el mundo jamás había
visto ni imaginado que fuesen posibles,
el desarrollo económico ha
dependido, en medida nada despreciable,
de algunas actividades y supuestos
que implican un alto grado de irresponsabilidad.
Hemos infestado la atmósfera
de emisiones que ahora amenazan con
ocasionar cambios climáticos
globales. Hemos talado bosques, devastado
nuestros recursos pesqueros y envenenado
nuestros suelos y aguas de manera
inmisericorde. Y todo esto, mientras
el consumo y la producción
continuaron su escalada arrolladora
y un número excesivo de seres
humanos -de hecho, la mayor parte
de la humanidad- quedaron a la zaga,
sumidos en la pobreza, el abandono
y la desesperanza.
La cumbre ha constituido un intento
de cambiar el curso de las cosas antes
que sea demasiado tarde. Se busca
poner fin a los desaforados actos
de destrucción y al jubiloso
autoengaño que hace que muchos
cierren sus ojos ante la peligrosa
condición actual de la Tierra
y sus pobladores. Como consecuencia
de esta cumbre esperamos despertar
conciencia respecto al modelo de desarrollo
que ha prevalecido durante tanto tiempo,
que produce frutos sólo para
unos pocos y privaciones para muchos
más. También esperamos
que los dirigentes políticos
comprendan que el no tomar medidas
acarrea costos mayores que conservar,
y que entiendan la necesidad apremiante
de dejar de ser tan defensivos en
lo económico y empiecen a dar
muestras de coraje político.
Algunos sostienen que simplemente
deberíamos desbaratar el tejido
de la vida moderna y arrastrar con
él la base de las prácticas
insostenibles del momento. Personalmente,
considero que podemos y debemos entretejer
nuevos hilos de conocimiento y cooperación.
El desarrollo sostenible no necesita
esperar las tecnologías del
mañana: es posible iniciar
esta labor con las tecnologías
verdes, las fuentes renovables de
energía y otras soluciones
alternativas disponibles en la actualidad.
Los gobiernos apenas están
empezando a financiar la investigación
y el desarrollo en una escala adecuada
o a implantar cambios en los regímenes
tributarios y establecer otros incentivos
que darán las señales
apropiadas a los industriales y a
la comunidad empresarial. Sin embargo,
sería posible lograr un progreso
mucho más acelerado que el
que generalmente se vislumbra, mediante
acciones concertadas en cinco áreas
clave: agua, energía, salud,
agricultura y biodiversidad.
Responsabilidad
de todos
La acción
se inicia en los gobiernos. Son éstos
los que tienen la responsabilidad
fundamental de cumplir los compromisos
adquiridos durante la Cumbre de la
Tierra celebrada en 1992 y de ahí
en adelante. Pero las naciones más
ricas deben liderar el camino. Estas
naciones cuentan con la riqueza y
la tecnología para hacerlo
y sin embargo contribuyen en medida
desproporcionada a los problemas globales
del medio ambiente. Por supuesto,
las naciones en desarrollo, que naturalmente
aspiran a gozar de los beneficios
que tiene el mundo industrializado,
deben cumplir su parte. Pero a la
vez tienen derecho a esperar que los
que optaron en primera instancia -y
en su mayoría siguen haciéndolo-
por seguir un camino peligroso hacia
el crecimiento den ejemplo y proporcionen
asistencia.
Sin embargo, los gobiernos no pueden
lograrlo por sí solos. Los
grupos de ciudadanos tienen un papel
decisivo por desempeñar, actuando
como asociados, defensores y vigilantes.
Este es el caso también de
las empresas comerciales. Espero que
las compañías comprendan
que el mundo no les está pidiendo
que hagan algo diferente en sus operaciones
normales, sino, más bien, que
hagan sus operaciones normales en
forma diferente. Las más progresistas
y dinámicas están aprovechando
las oportunidades que ofrece un futuro
alternativo, sostenible. Espero que
esta tendencia crezca y se convierta
en la nueva norma.
La elección no es entre desarrollo
o medio ambiente, como algunos han
pretendido enmarcar el asunto. El
desarrollo que no maneja conscientemente
el medio ambiente no sobrevivirá.
Tampoco debe convertirse en asunto
de ricos frente a pobres. Unos y otros
dependen de los recursos y del capital
ambientales. En el mundo, uno de cada
dos empleos -en agricultura, forestación
y pesquería- depende directamente
de la sustentabilidad de los ecosistemas.
Se dice que para cada siembra hay
una estación. El mundo actual
enfrenta el desafío doble que
plantean la pobreza y la contaminación.
Por esta razón, debe instaurar
una estación para sembrar invirtiendo
en algo en lo que hacía falta
invertir hace mucho tiempo: un futuro
seguro.
Kofi A. Annan para
La Nación
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