La segunda edición
de la Cumbre de la Tierra, reunida
en Johannesburgo, dejó como
saldo una pronunciada dualidad entre
el avance en la conciencia global
sobre los graves problemas que afectan
al ecosistema, y las fuertes divergencias
existentes en el mundo desarrollado
respecto de los compromisos para detener
el deterioro ambiental del planeta
y mejorar la situación en la
que se encuentra sumergida al menos
un quinto de la población mundial.
Las diferencias
más notorias se concentran
en la resistencia de los Estados Unidos,
principal potencia industrial contaminante
y, al mismo tiempo, el más
importante inversor en energías
renovables, a respaldar los compromisos
multilaterales en la materia. Ello
hace de difícil cumplimiento
las metas fijadas hace diez años
en Río, y sus sucedáneas
en el Protocolo de Kyoto y la cumbre
de Monterrey, referidas a la reducción
en la emisión de gases, protección
de la atmósfera y la biodiversidad
y tratamiento de la indigencia sanitaria
y las enfermedades en el mundo menos
desarrollado y cooperación
para el desarrollo.
Hay un primer nivel
de enfrentamiento entre EE.UU. y Europa,
cuyos países se encuentran
más comprometidos con la necesidad
de una autorrestricción en
el consumo industrial y la asistencia
para el desarrollo. Un segundo nivel
de diferencias se produce por los
criterios para definir las prioridades
y urgencias, entre los planteos ecologistas
que advierten sobre el deterioro climático
y el agotamiento de recursos naturales,
y aquellos más preocupados
por los indicadores de indigencia
social y extrema pobreza en grandes
regiones del mundo, así como
por el proteccionismo agrícola
de los países más ricos.
Un tercer nivel
de discusiones se produce entre los
gobiernos y organismos intergubernamentales
y las ONG ambientalistas, que denuncian
la inacción oficial frente
a la acción depredadora sobre
la naturaleza y el deterioro de las
condiciones de vida en grandes masas
de población. Ocurre que las
previsiones realizadas hace una década
siguieron su curso y las metas fijadas
resultan de difícil cumplimiento.
Dentro de este pobre
balance, se produjeron algunos pocos
logros como la iniciativa europea
de aumentar el acceso a fuentes de
energía renovables y la reducción
a la mitad de la gente que vive sin
agua potable y sin redes de saneamiento.
En ambos casos, EE.UU. se opuso a
estos compromisos.
La falta de consenso
entre países y, en particular
la reticencia de los que más
contribuyen a la contaminación,
impide que se forjen los acuerdos
necesarios para revertir el creciente
deterioro ambiental.
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